Opinión

Lo que pasó el martes

El lunes tenía un almuerzo en un conocido hotel madrileño, el único que, hace ya cuarenta y dos años, fue durante unas horas sede del Gobierno interino al estar secuestrados los ministros en el Congreso. A unos cuantos metros, en diagonal, se encuentra la Cámara Baja. Como a cualquiera que pasara este lunes por allí, me sorprendieron el amplio dispositivo policial y la actividad frenética de los obreros que ajustaban un enorme palio con el escudo de España sobre la escalinata. Al ver los tapices que engalanaban las ventanas, bromeé con quien me acompañaba diciéndole que Francina Armengol había mandado colgar las alfombras por las ventanas para airearlas, y que a continuación pasaría alguna criada con cofia a sacudirles el polvo.

Todo aquello era, naturalmente, la preparación de los fastos previstos para el día siguiente en el edificio al que se supone sede de la soberanía que prefiero denominar “ciudadana” y no “nacional” ni “popular”. Ese egregio edificio, pensé, se ha visto especialmente mancillado en dos ocasiones, y en ambas tuvieron mucho que ver nuestros militares. La primera fue en enero de 1874, cuando el general Pavía entró (dicen que a caballo, pero no está claro) para impedir la aprobación de la Constitución que se había debatido, y que habría sido la más moderna, liberal y vanguardista imaginable tras el periodo convulso pero fructífero de la I República. La segunda fue en febrero de 1981 y dio lugar al Gobierno provisional de subsecretarios al que antes me referí, reunido en el hotel de enfrente. Ambos golpes de Estado, con distinto resultado, fueron cometidos por los acérrimos enemigos conservadores de una visión liberal de nuestro país, alineada con la modernidad ilustrada europea. Lo que iba a suceder este martes, y finalmente ocurrió según lo previsto, era la toma de juramento de una heredera al trono de España. Si aquella constitución nonata “de Castelar” hubiera prosperado, todo habría sido muy diferente en España durante los ciento cincuenta años posteriores. Por cierto que ese aniversario no se ha conmemorado oficialmente en este 2023 y eso es una vergüenza. Sin Pavía, España habría sido una república, se habría insertado mejor en la Europa de su tiempo, y habría sido más próspera en lo económico y más armónica en lo territorial. Nos habríamos evitado las tensiones de la Restauración y una monarquía débil que después, ya con Alfonso XIII, acabaría aceptando una dictadura militar y perdiéndolo todo al proclamarse una nueva república efímera, teñida a la postre del sesgo de la ultraizquierda. Y sin guerra civil ni dictadura, tampoco habríamos tenido una transición ni el golpe de Tejero. España sería desde hace siglo y medio una república, y lo de este martes no habría sucedido.

En realidad, España, igual que Suecia o Bélgica, es de facto una república. Pero el aparatoso estrambote monárquico es una concesión a la nostalgia y a lo más profundo e iliberal de la ideología conservadora. Guarda relación estrecha con la religión predominante, vulnerando el principio de separación entre religiones y Estado. Establece un privilegio inmoral a favor de una determinada familia. Dispone la inconcebible transmisión hereditaria de una función pública. Confiere, pese a estar la monarquía teóricamente desprovista de autoridad política efectiva, un poder fáctico insidioso y ajeno a todo control de la ciudadanía. E incluso dentro de la lógica sucesoria del cargo, crea agravios por edad y por sexo. ¿Por qué juró el martes Leonor y no Sofía? ¿De verdad es relevante el orden en el que nacieran, si el criterio de selección es (y parece mentira) que lleven determinado ADN? Si Sofía fuera chico, con la actual constitución en la mano, tendría más derechos que Leonor, y esto es insoportable en pleno siglo XXI. Todo en torno a la monarquía es rancio, arcaico, premoderno, contrario a la Libertad. Se nos dice a los republicanos que “sólo es un símbolo”.

Claro, mucho peor sería una monarquía absoluta como las del Golfo Pérsico (incluida la de Abu Dhabi), pero es que precisamente es ese símbolo el que indigna e inquieta. Mi hija, de edad parecida, cuando sea mayor tendrá que buscarse la vida, vida que tiene resuelta la hija del rey, y la mía tendrá que pagar la mitad del sueldo en impuestos para costear la institución que ella dirigirá sólo por ser ella. El delirio del martes llegó a la concesión de tres condecoraciones a Leonor. ¿Qué méritos ha hecho esta muchacha, a sus dieciocho años recién cumplidos, para ponerle la mayor distinción del Congreso y del Senado sin haber sido parlamentaria? Sostengo que en España hay muy pocos monárquicos: lo que hay es, en el centroderecha, gente que apoya el statu quo por inercia y por miedo a que la izquierda monte una república tiránica. Es verdad que la izquierda hace muy malas repúblicas porque distorsiona los principios republicanos, pero España merece una república normal, como Suiza, Italia o Alemania. Aspiremos a ello. El temor a la caja de Pandora no puede ser eterno. El circo de Rolls, tapices y medallitas… ya cansa. Basta de bobadas. El martes… el martes no pasó nada.

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