Opinión

No al racismo en Europa

Todos los años el primer ministro populista de Hungría, caballo de Troya del putinismo en la UE, Viktor Orbán, viaja a los distritos rumanos de Harghita y Covasna, de amplia mayoría magiar, y allí se suelta la melena. Es en ese ambiente de exaltación nacionalista donde arroja sus mayores bombas ideológicas. Fue allí donde, hace ocho años, acuñó el término “democracia iliberal”, que sus partidarios y detractores no han dejado de analizar, deconstruir y debatir, y proclamó que Hungría debía encaminarse hacia un “Estado iliberal”, cosa que sin duda está consiguiendo. Fue en esa apacible localidad transilvana de Baile Tusnad, en la frontera entre los dos distritos rumanos de lengua húngara, donde condenó el liberalismo que de joven había profesado, si es que no impostó su afinidad, y cuyo apoyo económico exterior le había permitido iniciar su carrera en los noventa. Fue un error histórico de los liberales alemanes. Sin querer, alimentaron a quien encarna hoy la amenaza más peligrosa del ultranacionalismo y del moralismo extremista.

Y ha sido de nuevo en Baile Tusnad donde Orbán se ha quitado un poco más la careta. Ha dado nuevas muestras de apoyo al zar Vladimir Putin, cuyo sistema emula. Ha dado rienda suelta a su desprecio por el esfuerzo de supervivencia de la vecina Ucrania. Ha desdeñado toda la estrategia occidental de sanciones a Rusia. Ha criticado con inusitada dureza a la Unión Europea mientras exige seguir cobrando de sus contribuyentes. Ha reiterado su imposición a toda la sociedad húngara del modelo de familia tradicional, sin importar si lo comparte o no cada ciudadano a quien se le impone. Ha despreciado a todo el Occidente europeo, al que llama “post-Occidente” arrogándose la representación actual de los valores occidentales, supuestamente abandonados por nuestros países. Y sobre todo, ha afirmado que hemos perdido esos valores (y esto es lo novedoso y escandaloso del discurso) por permitir que en nuestras sociedades se mezclen “razas europeas y no europeas”, lo que nos convierte a su juicio en meros “conglomerados de gente” que ya no se puede considerar naciones. Para un nacionalista empedernido seguramente no existe mayor desprecio que negarle a otro país la condición de “nación”. Después, hasta hace unos días, ha intentado recoger velas, afirmando que se le ha tergiversado porque él sólo hablaba de “raza” en “el sentido no biológico”, como si tal cosa existiera. No le ha tergiversado nadie. Dijo lo que dijo sabiendo lo que decía. Ni siquiera parece que fuera un calentón, un patinazo, un lapsus. No, Orbán no da puntadas sin hilo. Lo que sí hace con frecuencia es lanzar globos sonda. Suelta una barbaridad y analiza las respuestas, y después extrae conclusiones. El campamento del balneario de Tusnad, en pleno verano, es ideal para ese tipo de operaciones. Lo que ha hecho Orbán esta vez es una incursión de mucho alcance en el iliberalismo pleno, en una cosmovisión política que se sale ya por completo del paradigma occidental democrático.

Es difícil no tener un déjà vu del Tercer Reich, y sólo falta saber cuándo prevé promulgar sus propias Leyes de Núremberg que impidan la “mezcla racial” de los magiares, ese pueblo tan enormemente europeo… que empezó a llegar a Europa en las postrimerías de la Roma imperial y en los albores de la Edad Media. Los húngaros son los descendientes de los hunos que invadieron Europa desde las estepas de Asia central, y su nuevo Atila es Viktor Orbán. Nosotros, en cambio, somos vulgares sangresucias de raza mezclada. Miedo da imaginar lo que pensará en concreto de España, con tanta mezcla de sangre celta, íbera, vasca, romana, judía, árabe, y visigótica, entre otras. 

Hasta el premier polaco Morawiecki, otro nacionalpopulista, se ha tenido que desmarcar del discurso racista y prorruso de Orbán: “los caminos de Polonia y Hungría se han separado”, ha afirmado. Y Bruselas ya no sabe qué hacer con este miserable que acaba de insultar a media Europa con argumentos raciales que creíamos enterrados desde 1945. En su auxilio han salido el neofalangista Jorge Buxadé, de Vox, y los trumpistas de la conferencia CPAC, en plena celebración estos días en Dallas, donde se aclama al caudillo húngaro como a un héroe. Pero este discurso racista es un paso más allá de las líneas rojas más elementales, de las normas liberales escritas y no escritas que Europa se ha dado tras vencer dos guerras mundiales y una guerra fría. Es tan grave que debe abrir una etapa nueva en la gestión europea del problema Orbán. Europa debe decirle alto y claro “hasta aquí hemos llegado”, y adoptar medidas urgentes para que Hungría dé un giro de ciento ochenta grados, o expulsarla. Lo primero no va a ocurrir. De hecho, Orbán ha reformado la legislación húngara para dotar con mil millones de euros anuales una partida presupuestaria destinada a diseminar por el mundo su ideología antiliberal. No me sorprendería que de ella estuvieran alimentándose algunos institutos de pensamiento españoles en el entorno nacionalpopulista, con la misión adicional de infectar también América Latina.

Te puede interesar