Opinión

Si gana Le Pen

Los pesimistas afirman con sorna que las leyes de Murphy son la única legislación que se cumple en todo momento y lugar. Exageran quizá, porque no vemos caerse todas las tostadas con mantequilla, y porque algunas veces las cosas que podrían salir mal terminan por arreglarse. Pero otras veces aciertan y se forma la tormenta perfecta. El domingo pasado empezaron a juntarse en Francia los nubarrones que podrían desencadenar en ella el próximo día 24 de abril. Si gana Marine Le Pen, las consecuencias serán devastadoras. En una de sus últimas entrevistas antes de la primera vuelta, la candidata de la extrema derecha afirmó con total tranquilidad que Vladimir Putin puede volver a ser un buen aliado de Francia tan pronto como concluya el conflicto actual. El programa electoral de la presidenciable afirma rotundamente que Francia debe abandonar el mando militar de la OTAN e incluso se permite con todo descaro proponer la aproximación a Rusia en materia defensiva. Parece claro que Le Pen aspira a ser una presidenta comparable, no con Giscard, Mitterrand o Pompidou, sino con Pétain. Su despacho estaría en París y no en Vichy, y la potencia totalitaria amiga no sería la Alemania nacionalsocialista sino la Rusia ultranacionalista. Y Le Pen dispondría de todo el territorio francés. Los españoles tendríamos a Putin en los Pirineos.

El pasado 29 de enero se celebró en Madrid la llamada Cumbre de Patriotas Europeos, organizada por Vox. El partido español quería muñir la fusión de tres grupos de eurodiputados. Por un lado, el otrora conservador ECR que, sin los “tories” británicos y bajo la hegemonía polaca, ha evolucionado hasta situarse en las posiciones “post-liberales” de la nueva derecha nacional-populista. Por otro, el grupo Identidad y Democracia, abiertamente de extrema derecha, donde además del partido de Le Pen se encuentran la Lega de Matteo Salvini (enamorado políticamente de Putin) y la temible Alternativa por Alemania. Y, finalmente, los eurodiputados del partido húngaro Fidesz, del primer ministro Orbán, que están en el grupo mixto después de haber tenido que marcharse del Grupo Popular porque les iban a expulsar con toda la razón. Su deriva es insoportable. Los tres grupos son muy similares. En el supuestamente conservador ECR hay personajes tan siniestros como el búlgaro Angel Dzhambazki, el que hizo el saludo nazi en el hemiciclo hace unos meses y fue multado con dos mil euros por la mesa del Parlamento Europeo. Pero la cumbre madrileña se saldó con un rotundo fracaso de la diplomacia de Vox. Buxadé no logró fusionarlos a todos porque era evidente que Rusia iba a cometer la salvajada que inició menos de un mes más tarde, y seguramente fue el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, quien lo impidió y exigió una condena a las intenciones obvias de Putin en el comunicado final. Ese párrafo de condena desapareció de la versión francesa que Le Pen distribuyó a la prensa de su país. Es normal. La líder ultra ha recibido abundante financiación del Kremlin a lo largo de los años, cosa que ha reconocido y ha tratado de normalizar. En España y en casi todas partes, sería ilegal costear una campaña electoral con las decenas de millones de euros de un oscuro crédito ruso con discutible colateral. Multiplicado, puede haber sido el fondo inicial del trumpismo. En aquel caso, mediante la friolera de más de dos mil millones de dólares en los años previos a 2016, en créditos de un banco alemán participado por uno de los del régimen ruso. Y en el caso de Le Pen, primero mediante un banco checo ya desaparecido, igualmente participado por la banca rusa, y esta vez de forma directa.

Si el día 24 gana Le Pen lo hará con los votos de la extrema derecha pero también, necesariamente, con una parte del electorado de la extrema izquierda. Ambas han superado la mitad de los votos en la primera vuelta y esto da una idea de la enfermedad que asola a Francia y a buena parte de Europa. Nada nuevo: en la Alemania de hace casi un siglo, las bases comunistas se pasaron en masa al partido nazi cuando lo vieron más viable. Si Le Pen llega al Elíseo con su programa económico hiperintervencionista y su ingeniería social y cultural ultraconservadora, se acabaría la Francia de 1789, la de la primera declaración de derechos humanos. Sería el regreso de Luis XVI. Sería un golpe letal a la Unión Europea y un refuerzo de las élites localistas en sus países miembros. En España y otros países europeos, el efecto dominó llevaría al poder a nuestros propios nacionalpopulistas, cuyas caretas irían cayendo y podrían manifestarse ya abiertamente como neofalangistas. En el Consejo de Seguridad de la ONU serían mayoría (tres de cinco) las potencias nucleares antiocidentales. Un Occidente moribundo se deslizaría por la pendiente de la “democracia iliberal”, antesala del fascismo, y adiós a nuestras libertades. Hasta el día 24 habrá que cruzar los dedos, hasta los de los pies. Que no gane.

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