Opinión

Adán no tenía ombligo

Si alguna vez en una de esas playas mediterráneas Vd se cruzara con un hombre sin ombligo sabrá enseguida que ha conocido en persona al mismísimo Adán, primer padre de la humanidad.

Aristóteles definía al ser humano como animal racional, el ombligo conecta a cada individuo con su origen. La tradición, el conocimiento transmitido de padres a hijos, es el ombligo intelectual y moral de cada uno de nosotros y de nuestras sociedades.

Viene esto a cuento de la esterilizante vocación de nuestros aprendices de políticos por soslayar todo lo que durante generaciones han aprendido hombres y mujeres en todo lugar y todo tiempo. Antigona, cuatrocientos años antes de Cristo, dijo eso de que había dos clases de leyes: las escritas, que aparecen en los códigos y en los libros, y las no escritas que debían ser preferidas.

Esas leyes no escritas, que durante siglos hemos conocido como "ley natural", son consustanciales a la naturaleza humana e indispensable condición de su felicidad y completa realización.

El olvido de estas cuestiones, que muchos consideran o irrelevantes o superadas por la modernidad, es el principal obstáculo a la realización de la libertad, la paz y la justicia en nuestra sufrida España. 
“Tradition”, gritaba mirando al cielo en entrañable gesto de filiación divina Tevye, el protagonista del violinista en el tejado, "tradición". Respetar y valorar lo que los que nos precedieron sintieron, pensaron y vivieron y han querido transmitirnos para que en ningún momento podamos olvidar de donde venimos, quienes somos y cual es nuestro fin eviterno. La tradición que en la Iglesia Católica, Maestra de vida, se ensalza de tal manera que constituye, nada mas y nada menos, una de las fuentes de la Revelación.

Pero sobre esto, como sobre casi todas las cosas que son importantes, no hay debate, discusión ni reflexión alguna. El intelectual francés Jean Guitton, amigo del marxista Althusser, o de los cristianos Bergson o Maritain, describía sus conversaciones con Miterrand como una disquisición entre el absurdo o el misterio. El viejo presidente francés se zafaba de su interlocutor apelando a su visión del cristianismo como una colección de absurdeces misteriosas. Probablemente esa relativista forma de razonar le permitió ser presidente de la República francesa.

Sartre, al contrario que el político socialista, se decantaba definitivamente por el absurdo, Guitton nunca entendió que no se hubiese suicidado. Pero la imposible muerte de Dios, predicada por el nihilismo moderno, nos da la esperanza de que nada ni nadie está definitivamente perdido. Tampoco lo está nuestra sociedad que renuncia a su autoconciencia por unos pocos, pequeños y efímeros placeres , como Esaú renunció a su primogenitura por un modestísimo plato de lentejas.

Cuando alguien es egoísta y no repara en las necesidades o los intereses de los demás se dice de él "que se mira mucho al ombligo". Mi invitación a mirarse a esa, aparentemente inservible, parte de todos nuestros cuerpos es una invitación, no a ponerse un piercing, sino a reconciliarnos con nuestra tradición, con la sabiduría acumulada por nuestros padres, nuestros abuelos y bisabuelos. Mirar atrás para poder elegir bien la ruta que tomamos para nuestro futuro.

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