Opinión

El caso Maroto: así no, Pablo

Este singular Maroto, que fue concejal de Vitoria y luego alcalde y al que el Tribunal de Cuentas abrió un llamativo expediente por los desorbitados alquileres de una locales a un amiguete alavés; este singular patriota que tan pronto coqueteaba con los peluqueros de Bildu como se iba de vinos con los concejales batasunos y defendía llegar a pactos con ellos en el Pais Vasco (“yo he tenido el coraje de llegar a un entendimiento con ustedes”); este hombre de principios y valores, que pasó de amigo y casi apéndice de Alfonso Alonso a enemigo suyo, que fue marianista y sorayista, alfonsino y más tarde casadista; este gran líder que pretendía hacerse con el control del PP alavés y sacó el peor resultado de la historia de su partido en Álava (donde ya todo el mundo lo conoce, claro), hasta el punto de perder su propio escaño; este estratega que llevó a Pablo Casado al peor resultado electoral de la historia del PP en España; este señor, que ha perdido su escaño, su territorio, su puesto, su prestigio político, ha tenido una idea, o mejor, una ocurrencia (no es un hombre de ideas): empadronarse en una pequeña localidad segoviana, Sotosalbos, la misma de “El Libro del Buen Amor,” para que el partido le nombre, a través de las Cortes de Castilla y León, senador por esa Comunidad. Una cabriola.

La ley exige para poder ser designado senador por esa Comunidad Autónoma que el designado viva en la región. Pero Maroto no vive allí. Nunca lo ha hecho. Maroto no tiene casa allí. Nunca la ha tenido. Y se han inventado un empadronamiento exprés (de hace dos meses) y ad hoc en un domicilio de nadie sabe quién a los solos efectos de ser designado Senador. ¿No es esto un fraude de ley en toda regla? Lo es. ¿No es una tomadura de pelo? Lo es.

Maroto es listo, sí, pero para él mismo, como dicen en mi pueblo. Como ha perdido su escaño por Álava (nunca el PP había sacado cero escaños en esa provincia) y como se ha quedado sin sueldo, sin fuero, sin poltrona, sin ipad, sin móvil, sin dietas, sin chófer y sin nada, solo se le ocurre empadronarse, en tiempo supersónico y a los solos efectos de que le nombren senador, en un pueblo de cien habitantes dominado desde hace muchos años por el actual vicepresidente de la Institución que le va a nombrar, las Cortes de Castilla y León, Francisco Vázquez Requero, a la sazón secretario general del PP en la Comunidad y expresidente casi vitalicio de la Diputación Provincial de Segovia. Este Vázquez es natural de Sotosalbos, claro, para que todo quede en casa (¿quizá Maroto también?). Ninguno de los vecinos de Sotosalbos ha visto nunca antes a Maroto por allí. Ahora todos hablan de él, incluso el partido ha dicho que su presencia va a beneficiar mucho al pueblo, y ya ensayan, Paco Vázquez al frente, la canción de “americano” en un recibimiento a lo Bienvenido Mr. Marshal que pasará a los anales. Maroto pasará veloz como si llevara un cohete y les dejará boquiabiertos. Mejor eso que verle paseando con sus peluqueros de Bildu por el pueblo.

Bromas aparte, veremos a Maroto senador. Lo veremos además con cargo importante en el Senado. Lo veremos recuperar sueldo, fuero, dietas, ipad, móvil, poltrona, coche oficial, chófer y demás prebendas. Desde Sotosalbos, y según tradición del personaje, dejará al PP sin escaño en Segovia y en Castilla y León. Todo ello con el ejemplar respaldo, limpio, transparente, democrático, masivo, de los vecinos del pueblo y de los votantes segovianos. Maroto exigía, siendo aún alcalde de Vitoria, un empadronamiento mínimo de diez años para poder votar y presentarse, y ahora entona la canción de pajaritos por aquí, pajaritos por allá. Consejos doy que para mí no tengo. La ley del embudo, en fin, como norma ética fundamental del gran Maroto. ¡Es todo tan triste, tan elemental, tan zafio! Parece que el PP no tiene remedio. Parece que Maroto no tiene límites. Parece que el bueno de Pablo Casado no sabe qué hacer con Maroto. Ya. Pero no esto, no es esto, y tú lo sabes, Pablo.

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