Opinión

¿Acoso o acuso?

Le revisaba las llamadas telefónicas, los mensajes de WhatsApp, las distracciones: ‘¿En qué piensas?’, le preguntaba si lo veía mirando al infinito; escrutaba sus pupilas cuando salían juntos por si se fijaba en otra; incluso escudriñaba los asientos y las alfombras de su coche. “¡Un pelo rubio!”, clamó cierto día hecha una fiera. “Y yo qué sé –se defendió el presunto Juan Tenorio-; tal vez sea de mi hermana”. “¡Ajá!, ¿y este otro negro?”, arremetió más mosqueada en otra ocasión la acusadora. “Tuyo cariño, ¿acaso no eres morena?”. “¿Y este entrecano?”, volvió a la carga pocas semanas después con la prueba ya definitiva. “De tu madre, la llevamos al cine el otro día, ¿no recuerdas?” Y así. Siempre en un eterno y clandestino me pellizco para que me duela por parte de la acosadora sufridora. 

 La cosa fue a peor. Aquella obsesiva sabuesa dejó un buen día de buscar y rebuscar, y a cambio comenzó a lloriquear como alma en pena. “¿Qué ocurre, mi vida?, ¿qué te pasa?”, se interesó nuestro Don Juan de pacotilla. “Es que no consigo encontrar ningún cabello”. “¿Y?”. “¡Pues qué ha de ser, que andas con alguna calva!” 

 Veréis. Yo no digo que los celos, los enfermizos sobre todo, sean un patrón de conducta recomendable. Ni siquiera soportable. Es más, si llegara a ser mi caso, tardaría lo que un Tenorio calavera en darle el pasaporte a mi consorte: una hora. Ahora bien –y os juro por la honra que la adorna que aunque tuve cierta tentación jamás lo hice- si curiosear el teléfono de mi pareja es un delito, si tratar de saber con quién se mensajea es un pecado, si querer conocer qué amistades tiene es un acoso, si interesarse por la forma en que se viste es de mal gusto, si preguntar es ofender y si, en definitiva, en la curiosidad va la penitencia y es sexismo y falocracia el querer saber si te cornean: vamos dados. 

 En el siglo de los facebook, los twitter y los hashtag; en donde todo dios airea con todo cristo sus intimidades; en donde cada cual cuelga de punta a punta de la nube todo lo que le sale del felpudo; en donde las mujeres, ya en bandada ya lobas solitarias, pueden, si se lo proponen, no dejar títere sin cabeza ornamentada; ¿no puede un amante atribulado querer ser el primero en saber si se los pegan? Que faena, ¿no? Claro que, si lo hacen las féminas la cosa cambia. Ya no se llama acoso. Se llama acuso. Hay cada cosa… 

Te puede interesar