Opinión

Autonomías no, vota sí

Cuando España era un Macondo cavernícola y las libertades ni siquiera podían señalarse con el dedo; cuando la Iglesia cobijaba bajo palio al despotismo y los grises calzaban hostias como panes de cemento, el país se mantenía, a pesar de todo, unido en la censura y el mutismo.

Palmó el Generalísimo y no estaba todo tan atado: cada quien tiraba por su feudo. Se proclamaron diecisiete cleptocracias. El café para todos nos enloqueció como un brebaje preparado con saltaparapetos. Se coronaron 17 caudillos, que con su cohorte de corruptos y advenedizos gobernaron a las 17 tribus. Se traficó con la Justicia, la Sanidad, la Educación. Se crearon historias y pasados a medida de cada aldea. Se implementaron fastos, fiestas y canales televisivos. Se promovieron lenguas entrañables que después resultaron viperinas. Incluso el silbo, tan perruno, tan social, tan ganadero, zumbó para vindicar hegemonías, para exaltar provincianismos.

La impunidad se hizo costumbre; la costumbre, fuero, y el fuero, casta. Y habitó entre nosotros. Los políticos se intercambiaron como cromos transferencias por alianzas. El ruido de sables se fue acoplando al de los cofres. Y surgió una estirpe de cantamañanas y mediocres que hizo buena aquella España de charanga y pandereta; hasta tal punto que hoy en día una ardilla podría atravesar la península ibérica saltando de corrupto en corrupto, de hijo de puta en hijo de puta desde Finisterre hasta Tarifa.

La España democrática y plural se trastocó en delirio. A ello contribuyeron “capullos” encantadores de serpientes como González; “Ánsares” que declararon guerras en Oriente y reventaron vidas en Atocha (y trajinaron con la Nación en el Majestic); Zapateros que anduvieron solo a sus zapatos; Rajoys inanes que requerirían de un tutor incluso para respirar; sin despreciar los molt honorables Pujols, los Camps, los Chaves, los Griñanes; a los que ayudaron los Bárcenas, Matas, Fabras, Ratos y demás roedores de cloaca. Mientras tanto los sabios de suburbio y de pesebre se perdían en vericuetos bizantinos acerca de como denominar a los nuevos contubernios: ¿naciones?, ¿comunidades nacionales?, ¿nacionalidades?, ¿hechos diferenciales?, ¿agravios comparativos? Y así fuimos dando tumbos y concesiones hasta llegar a “Junst pal carallo”.

Mi madre, pobriña, que amaba tanto aquella España de la camisa nueva y el sol de cara, mientras observaba este sindiós no hacía más que suspirar desconcertada: ¡Ay Franco, Franco, que poco duró ese hombre! Yo, mucho menos nostálgico -al fin y al cabo me crie en la dictablanda-, he ido formándome mi propio desencanto. Por eso reivindico un cambio de (sin) sentido cuanto antes, una nueva “magna charta liberatum”, no un menú a la carta para cada gilipollas. A saber: 1.- Democracia toda la del mundo, cachondeo el justo, y monarquía vigilada. 2.- Un solo estado, una sola historia, una sola ley, una sola patria; si acaso tres autonomías distintas, pero controladas, y una capital D.A. (Distrito Autonómico) 3.- Todas las religiones, todas las teologías, todos dioses del Olimpo, siempre y cuando se autofinancien y respeten la divinidad del paganismo. 4.- Un referéndum sin trampa ni cartón, y una pregunta muy clara: ¿Queréis o no queréis las diecisiete cleptocracias?... En Galicia, para variar, votaríamos “depende”. E así eche como o carallo.

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