Opinión

Coma min non, carallo!

Buen tío aquel tío mío: "O tío Ferreiro". A lo largo de su vida trasegó más de mil quinientas "olas" de mencía, dona branca y arauxa. Tenía las mejores cepas, las mejores viñas y el mejor morapio del contorno. Y también la mejor fruta: "Uva pisada rapaz, faime caso". Se fue longevo, extraviado de sí mismo, pasito a paso de la mano del alzhéimer… 

Yo lo recuerdo jovial, fuerte, destemido. "¡Un home no é unha berza, rapaz!", me decía. Me encanta el caldo gallego: de algún modo me libró de caer en la antropofagia. No así en la lucha cuerpo a cuerpo. Ni en el quebrantamiento de diezmos y fronteras: "Mañá imos ir a Santo André”, me dijo un día. ¡Dios, aquello me sonó a clandestinidad, a maquis, a gloria de partisano! "Xa me olvidaba -añadió-, terás que votar a loita cós fillos do Aleixo; cagoental, que non se diga". Pasé la noche en vela.

Se despertaba el alba con la trifulca de los gallos cuando nos echamos al camino. Centauro en un Platero soñoliento que mi tío llevaba del ramal, sentíame yo un Amadis de Gaula. El furor me cegaba aún más que el sol, el cohombro de la bilis me repetía ya en la boca, pero, a medida que avanzábamos, mi tío se iba abonanzando: "Si son moitos, fuxir; si son poucos, esconderse; e si no é ningún: ¡fogo niles!" ¿Cómo así?, le pregunté. Al parecer ese era el grito de guerra que solían usar los portugueses, me contó. No había por qué tomar lo de la “loita” tan a pecho. Además el Aleixo y él eran amigos. “Verás que bo bacallau imos comer na sÚa casa. E qué tinto, do Douro, arde nun candil”. Me recomendó eso sí, que me avispara; que el tal Aleixo también tenía hijas. “Muy feitiñas”, me dijo. Y a la vez me hizo bullir por allá adentro la adrenalina atávica de los Dorado: No era cuestión de ir pregonando por ahí: "¡Ó que me dé un pau, doulle un peso!" propio de milhomes fachendosos; pero ojo, si alguien me braveaba, cagoensos, lo tenía que inflar a hostias sin jubileo papal que le valiera; ¡que un hombre era un hombre, carallo, y no una col forrajera!... 

Ese día no hubo lucha. Solo hubo “brincadeira”. Y si hube de “loitar” fue contra mi rubor. Las "raparigas" no cesaron de instigarme: “¡Ôh, menino, anda acá que imos jogar lá no pallheiro!” A tales juegos me habría de convertir más tarde en un ludópata. Nos volvíamos. El sol bajaba lento. Mi tío lo hacía alegre. Yo trastornado: le había palpado el fado a una menina portuguesa. Cuando de pronto, un brutus lusitanus se encaró con “O Ferreiro” cortándonos el paso. Os lo traduzco: "Ayer me cansé de darle hostias a un español como tú". Y mi tío: "Ca, hom, coma min no sería...". “Clavado. Perdía el culo a correr camino de la frontera”. " Vaites, vaites, pareceríacho, pero coma min non era hom...". "¡Gallego, sí, sí, igualito a voçê; mallé en él como en centeno verde!" Dijo esto enervándose en puntillas y arrimándole a los ojos, colgante de su belfo simiesco, el ascua baboseada de un cigarro. Y también dijo: “Filho da puta”, escupiéndole en la cara su hálito de sapo. Fue lo último que dijo. 

Ahí ya el infeliz perdió la luz, el arrostramiento dental y, de paso, una faca de cinco estralos que había osado blandir en un alarde trasnochado de espadachín de As Lusíadas. Mi tío Antonio, "O Ferreiro", un hombre como tantos –moitos- de A Xironda, con el revés de un Nadal, y forjada a hierro y "fouce" la muñeca, le calzó tal hostión a aquel espantajo que por poco no le arranca la cabeza: "¡Coma min non, carallo –rezongó-, si fora coma min, unha merda coma tí non lle tocaba!" A Platero le dio por rebuznar. Yo creo que se reía a carcajadas.

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