Opinión

Hoy no entraría en el Vaticano ni pa Dios

Era un tipo de armas tomar. Le echó un par de cojones, sí señor. No tanto porque desalojara a los mercaderes de la plaza del Obradoiro, o como coño se llamara el atrio del templo aquel donde iban a trapichear los fariseos; o les llamara raza de víboras a los que venga a rezar y a rezar y a rasgarse los manteos por un quítame allá esas chorradas, y luego eran una panda de habla paja que les importaba un pito las escrituras, los profetas y la venida del Mesías.
Me cae bien el hijo del carpintero, sí señor. No tanto porque dijeran de él que era capaz de derribar el templo y levantarlo en cuestión de horas, que por muy buen encofrador que fuera estoy seguro de que no andaba con esas majaderías ni esas bravatas. Un tipo capaz de aislarse en lo alto de un monte, de mirar cuarenta días para adentro, de desconfiar del poder y no caer en las tentaciones de la publicidad de aquel entonces, “no solo de consumir vive el hombre”, no andaba con esas mariconadas.


Me cae bien el nazareno, sí. No tanto por su linaje, ni por ser hijo de David, que engendró a Salomón, que engendró a Roboam, que engendró a no sé quién, hasta llegar a Jacob que engendró a José, marido, o lo que fuera, de María. Que aquí incluso me atrevería a ponerle un pero, porque estos que se dicen pueblo elegido han vivido en conflicto con todo dios (y va sin acritud) toda la puta vida. No me interesa su sangre, cuanto su mente: su manera de ser, de pensar, de estar en el mundo, a despecho de quien lo haya enviado. Decía lo que creía que se debía saber y solo tenía pelos en la barba. Por eso le llamaron Verbo. Hoy el mundo retuerce las palabras y las orea en unas declaraciones (basta ver las de la ONU) que suenan bien pero que no dicen nada. Y se gasta ingentes cantidades en diplomáticos, diplomacias y diplodocus como los Kerry, los Ban Ki-moon, las Mogherini, que recorren el planeta pisando huevos, en vez de pisar callos. Y a los que descubren su juego, como los Assange o los Snowden, los condenan a vivir escondidos. Y si los pillan, a la silla de los voltios.


Me cae bien el borrico flauta, juro. No tanto por todo lo anterior, sino porque era un adelantado a su tiempo; un indignado de vereda y vía crucis, no de platós televisivos, que intentó cambiar el miedo por la rabia. Amigo de sus amigos, y enemigos, capaz de perdonar una infidelidad, no una traición; de hacer dudar a una chusma de salidos para que no apedrearan a una tía por mojar fuera de casa; que disfrutaba las sardiñadas en la playa, el buen vino en Caná y las cenas con los afectos, en las que siempre iba con la verdad (y la cartera) por delante, dispuesto a disimular los vapores etílicos de los otros comensales, que mucho maestro, mucho jijijaja y mucha polla pero que en seguida lo vendían, o se quedaban fritos, o sacaban de navaja medio beodos y se ponían a cortar orejas… Por cierto, esa noche en el huerto de los olivos, según, se hizo el primer trasplante de tejidos.
Fuera coñas, me cae bien el crucificado. Porque si hoy volviera, un suponer, diciendo que era embajador de no sé qué reino de otro mundo, pero sin presentar las credenciales, y quisiera entrar en el Vaticano con esa pinta, si les dijera que antes un camello pasaría por el ojo de una aguja, y que, ay de aquel por quien venga el escándalo, y vended todo esto y dádselo a los pobres y cosas así, lo negarían treinta veces tres, antes que cantara el gallo. No le llamarían Emmanuel, le llamarían mal nacido. Y le darían con la cruz en las narices.

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