Opinión

¡Menos mezquitas, y menos cuentos!

Cuentan de una cuadrilla de “canteiros” que avergonzados por fundir la paga en vino, renunciaron incluso a la frivolidad de mencionarlo... Café al desayuno, café al bocadillo, café tras café trampearon la mañana; pero en llegando el almuerzo, igual que al pan el compango, les faltaba en los gaznates el maridaje jubiloso del morapio… “¡Ai dil!, ¡Ai dil!”, clamaba uno de los picapedreros sin nombrarlo. “¡Que mal se pasa sin íl!”, se desquiciaba un segundo. “¡Pois coller a xarra e ir por íl!” zanjaba histérico un tercero… ¡Y qué diablos!, se pimplaron la jarra, el jornal y la promesa... No cambia la realidad porque cambiemos el nombre de las cosas; ni menos aún porque nos abstengamos de mencionar al causante de nuestros desconsuelos. Y no hace falta ser un Samaniego para deducir tal moraleja.

Nuestros altos mandatarios, jerifaltes, figuras –y figurones- parecen no enterarse. Y estos días, en sus respectivas apariciones y arengas navideñas, ha tenido más enjundia lo que callaron que lo que largaron (aunque eso suele ser lo habitual) siendo lo único relevante el escenario. Al rey, desde el pisito familiar, todo se le fue en aspavientos y guiños a la cámara, cual si para sordomudos se explicara. El presidente Rajoy sin bajarse de la burra –más bien vendiéndonosla- insiste en que se acabó la crisis, en que esto es jauja y que los de Podemos -sin nombrarlos- “son adanes que se creen que el mundo, la vida y la historia, comienza con ellos”. Feijóo, desde Porriño -antaño matadero y canteras de granito, hogaño plató televisivo- dijo, también sin nombrarlos, algo por el estilo: “Mentres a demagoxia cae no simplismo e trata o pobo como minor de idade, a misión do gobernante democrático é dicir a verdade, con toda a súa complexidade, a unha cidadanía adulta”…; solo le faltó añadir: ¡abride a porta que non cabe dentro!

Los Mases, Monagos, Susanas, Fabras, Cospedales, Urkullos y demás virreyes autonómicos seguro que habrán callado cada cual lo suyo, en esta especie de concurso de loas a sí mismos, zambombas navideñas y brindis a la vía láctea, pero un pito me importa a estas alturas el averiguarlo: “Cantámoslle os reises do kikiriquí; si non nos dan nada, cagámoslle eiquí”, cantábamos de niños. Y en su predicación también nos cagamos de adultos si hace falta.

Sucede que, ahora que los cuentacuentos, la cabalgata y los magos ya han pasado. Cuando me disponía a brindar con nuevo vino el nuevo año y, como decía el poeta, a echarle la bendición, “yo tengo por devoción/ de santiguar lo que bebo”; en fin, cuando con el sarcasmo (y la sonrisa) de aquel paisano que se enteró de que el país no estaba bien… -“¿cuál, el blanco o el tinto?”, quiso saber- entré a considerar que viendo a millares de sirios huir del terror en pecios semi hundidos y a los subsaharianos esperando en el monte Gurugú para poder saltar la valla, los que vivimos -así sea a las afueras- en esta Europa high quality, podemos darnos con un canto en los dientes… ¡Pum! Salta por los aires la libertad de expresión en el ataque terrorista de París… ¡Pues no!: ¡me niego a más eufemismos! A mí, terrorismo me suena a teocracia; media luna a medio majaretas; Islam me hiede a Yihadismo, y Mahoma a profeta de la muerte. Y punto. Y estos tipos del “Alá es grande” ya me están inflando las pelotas: aquí se viene a trabajar, no a rezar, que nosotros también anduvimos por el mundo sin llevar la Biblia en el sobaco. ¡Menos mezquitas y menos cuentos! Y al pan pan, y al vino vino...

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