Opinión

Mentir matando

A las mujeres les entra la desazón (ellas dicen el amor) por las orejas. Si las haces reír, las haces gemir. Por eso a mí me gustaría poder hablar el idioma de los pájaros: decirles al oído palabras que fueran cosquillas, arrullos, caricias, canciones y augurios (buenos).

Nada de cuitas. Ni siquiera Quevedo, sin atisbo de tener pelos en la lengua con las mujeres (seguramente a su pesar), hubiese podido conseguir hoy vela en en el entierro del flirteo (hay quien dice entierro del venoso). "¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?". Así es, con las féminas sale más a cuenta mentir o decir gilipolleces: "¿Tu padre es arquitecto?", aunque se trate de un saco terrero mal amaromado"; "¿tú crees en el amor a primera vista o vuelvo en unos minutos?", aunque sea una petarda y te provoque más salir corriendo; "¡tienes los ojos más grandes que los pies!", aunque le mane alguno o los tenga entontecidos por el humo de la risa (boba). ¡Hay que mentir: mentir a discreción, mentir hasta el final, mentir matando!

Así que me acerqué ("a mí que no me den, a mí que me pongan donde haiga", como se animan unos a otros los gitanos) y le hice señas: la vista periférica de las hembras (con perdón) cuando se trata del cortejo es panorámica. Nos estudiamos: era alta y delgada, ¡bendita talla!, y sigilosa, como la sombra oblicua de un ciprés. Incongruente, con cara de yo no fuí y cuerpo de no me creas; un rara avis (in terris), capaz de enloquecer al mismo Darwing. Era una pieza a abatir, no había duda; para el consumo propio, no para deleitarse en la sibilina perversión del cautiverio (otros le llaman matrimonio).

Estábamos por cierto en una boda, un cristo más y una virgen menos, aunque virgos, como decía García Márquez, solo queden los de agosto. ¡Un día grande las bodas!: después la ruina, los celos, la falta de perdón, el desencanto. ¡Incluso hombres de dios son atacados! Por un momento tuve la tentación de santiguarme... Pero no, yo era un cazador, un furtivo, un trampero del querer, un urdidor de azares... Cuando la vi... (venir) mitad rumbo de colisión mitad soberbia y apuntarme cara a cara con su embrujo; cuando me amenazó, ya más de cerca, con aquella implacable sonrisa poema: "niégame el pan, el aire, la luz, la primavera"; cuando vi que se paraba junto a mí y, "¡hola!", me mentía; y con los ojos: "espero que lo que me tengas que decir merezca la pena, pringao". ¡Como hay dios!, así se hubiese tratado del último ejemplar vivo de todas cuantas especies habitan el planeta; así del último "prófugo escamado procedente de los cóncavos cerúleos"; así, maldita sea , me volase los piños con el rebote del arma le disparé: "¡Sé de alguien que pagaría un millón de dólares solo por verte desnuda!"

Huyó despavorida como pájaro a merced del temporal. Iba tocada del ala (lo adiviné por el frenético zig zag de sus caderas). Ya entraban los novios, ya "sonaban los claros clarines"... Esta cae, me dije. Ahora sólo me resta advertirle a Miguel Durán que prepare la pasta.

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