Opinión

Reflexiones de 
media noche

El viento azuzaba racheado del oeste y nos hemos ido al aire en medio de un jaleo de vibraciones, alabeos, guiñadas y bandazos; los motores se retorcieron quejumbrosos; las luces del aeropuerto de A Coruña desaparecieron bajo las alas y, tras subir el tren de aterrizaje, nos estampamos sin miramientos contra el muro de la noche. Las tormentas, aunque de momento dispersas y lejanas, no han cesado de hostigarnos hasta aterrizar en Ondarribia...

Lo peor, para mí, de los vuelos de trasplante son las esperas: quietud, soledad, insomnio, algún que otro vigilante soñoliento (o brasas) y un sinfín de ovejas destempladas; además de inhóspitas (hostiles lo son siempre), de madrugada, las terminales de los aeropuertos resultan francamente tenebrosas. Por eso he pedido permiso al equipo médico para acompañarles durante la extracción. "¿De verdad quieres venir?", se extrañaron. Quienes tienen profesiones apasionantes suelen pensar que acaso para los demás resulten prosaicas, incluso vergonzosas.

En la ambulancia del Servicio Vasco de Salud (Osakidetza), me ocupo (me preocupo) del regreso: los pronósticos meteorológicos indican que las nubes seguirán encrespándose y que muy pronto todo el cielo del norte peninsular podría ser incompatible con la navegación aérea... "¿Cómo lo tendremos a la vuelta?", se inquieta el Dr. Buitrón. "Subiremos hasta donde haga falta, le tranquilizo, a las estrellas no las incordian las tormentas".

Disponemos de un buen reactor, me reconforto a mí mismo, para sobrevolar con holgura esos congestionados torreones de cumulunimbus con su hecatombe de relámpagos, guijarros de hielo y vientos desquiciados; podemos encaramarnos hasta 40.000 pies sin ningún problema... Y a lo mejor tampoco es para tanto, me convenzo, la meteorología, ya se sabe, es la ciencia exacta de lo que ya pasó.

Pero en el fondo me angustia que pueda perderse el órgano; "es un código cero", nos ha implorado la ONT cuando les advertimos de las malas condiciones atmosféricas... Esos son los días que puede aguantar en lista de espera la persona que requiere ser trasplantada. En todo caso le he dado instrucciones al copiloto para que se asegure de que nos repostan a tope de combustible: si no podemos entrar con el órgano en A Coruña o en Santiago lo intentaremos en Oporto; si no tal vez tengamos que mendigar un alternativo (y una palmada de aliento) en Madrid o en Lisboa. Nada hay más cruel, ni más ingrato, que cumplir a veces con las normas y las reglas de seguridad que se supone intentan protegernos... ¡Es la vida!

Entramos por la rampa de urgencias del Hospital Universitario de Donosti. Me resulta familiar. Ahí solían arremolinarse los políticos para marcar territorio y declarar obviedades a los medios de comunicación cada vez que hablaban las Parabellum. Es la vida, reflexiono de nuevo: hoy mismo una donante anónima se la brindará a alguien, otros tal vez nos la juguemos, otros se la desgraciaron hace años para siempre y otros, ¡ay!, la perdieron porque solo a base de cadáveres y sufrimiento consigue la clase dirigente (algunos la llaman casta) sancionar más tarde sus armisticios. (Y justificar sus miserias.

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