Opinión

¡Volar es vivir, amigo Jaime!

De pequeño, un tirapiedras al uso, podía pasarme el día apostado en cualquier souto donde hubiese urracas, o dándole patadas a los coios de la carretera, o acuclillado junto a un hormiguero en cualquier aira; pero, llegada la noche, tenía en la intimidad un sueño (y polución) recurrente: cuando todos dormían, un avión trimotor se colaba debajo de mi cama y, como en la alfombra de “Las mil y una noches”, me iba por ahí de picos pardos. Literal: sobrevolaba las carrascosas cumbres del Larouco, los montes de Gomariz, Montecelo, A Boullosa, incluso me aventuraba hasta los confines forales del Couto Mixto y la recóndita (y a la sazón peluda) Lusitania... Dicen que los portugueses llevaron bigote hasta hace poco para parecerse a sus madres (y a sus novias), pero entonces yo aún era muy pardillo y todo lo ignoraba de folículos pilosos, de pelos (de escupir), cabellos (de peinar), culos y témporas.
 Después crecí. Me enjuicié (interno) en los Maristas y mi anhelo volador se constriñó en un cilicio punzante y melancólico: "Quisiera ser pájaro / y osado, desafiar la inmensidad de las alturas, / dibujar Guernicas en el aire, / explorar el envés del horizonte, / horadar y horadar y horadar sin tregua el firmamento / ¡Y llegar hasta Dios!" Y el Hermano Fidel me ponía un diez en Lengua y noñería. 
 Hasta que un día, quizás para contravenir a quienes insistían en que si Dios hubiese querido que el hombre volase le habría dado alas, me dije, ¡pues que le hubiese puesto raíces! Y me hice aviador. Y viví en connivencia con las nubes. Y pasaron los años. ¡Ay, Jaime Noguerol, pasaron tantas cosas!...

Claro que me acuerdo: llegaste con tu acendrado andar de mil veredas (y mil ángulos inversos), y tus maneras de señor (y de bergante); el "Así habló Zaratrusta" -que me regalaste- bajo el brazo, y toda la franqueza del mundo en tu cartera: "Menos dinero, pídeme lo que quieras pero llévame en tu helicóptero". Y me escrutaste con tu mirada mágica: ¡tú sabes ver el alma de las gentes, compañero!

Y nos fuimos a volar: Monterrei, Verín, Vilardevós donde, aún sanguinolentos, ambos lloramos por primera vez -allí nacimos-; y perseguimos los meandros del Támega y el rastro ya desdibujado de aquellos contrabandistas que hormigueaban en la "raia" sus fardos de café y sus miserias; al regreso nos marcamos en el aire un vals molón de ochos cubanos; me dijiste: "Es como cuando se soliviantan dentro bolboretas". Luego, en medio de un cataclismo de aspas giratorias, y una tolvanera de nubes sueltas, con jirones de envidia vecinal y risas como de tos (ferina y seca) , aterrizamos muy cerca de tu casa... Y allí, como un "very important person" (que lo eres) te bajaste. Creo que ibas feliz: te volviste, levantaste el dedo pulgar y me guiñaste un ojo: "¡Hasta la muerte!", me pareció entender que me decías.

Pues ya ves, "tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra"... y aquí seguimos aún, poniendo cara de póker a la parca. "Cuando no se teme", en gran medida, es porque se ha conocido a seres como tú.

"Volar -dice Juan Salvador Gaviota- es mi manera de acercarme a la verdad".

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