Opinión

Amistades

Dice el máximo responsable del Bloque Nacionalista Galego que no es amigo de Anxo Quintana, declaración que no se sabe muy bien cómo hay que interpretar, tal y como está la actualidad política y la que rodea al ex Portavoz nacionalista. Parece que quisiese marcar distancias y dejar clara la dispar concepción del BNG entre ambos, así como de algunas decisiones del alaricano: acceder a la Mesa del Parlamento o fichar como tertuliano radiofónico de Cope.


La divergencia, que pudiera calificarse de anecdótica, refleja, sin embargo, la existencia de una situación mucho más compleja, que trasciende a ambos. Quintana se ha equivocado más de lo necesario como líder, aunque desde fuera existe la percepción de que erró más como vicepresidente de la Xunta que como responsable del BNG, pero sería una simpleza interna circunscribir la crisis a un rostro, cuando es sólo consecuencia de viejas estra tegias y tics que el electorado rechaza de plano.


A lo largo del tiempo, el BNG se ha ido articulando en torno a un heterogéneo conglomerado de militantes con sensibilidades distintas y distantes, muy difíciles de casar en cuanto se pasa de generalidades a la materia concreta. Tampoco han ayudado las experiencias de cogobierno más visibles, como sucedió en Vigo en la época de Castrillo y Pérez Mariño e incluso la actual -muy mejorada, desde luego-, o en Ourense, donde ahora tratan de zurcir los rotos generados a partir de un liderazgo megalómano, demagogo e ineficaz, duramente contestado en las asambleas internas y que acabó por fracturar el grupo municipal.


Al nacionalismo le queda un largo camino para superar la desorientación y crear una fuerza homogénea, con mensaje claro; o persistir en culpar al mundo por su incapacidad para captar dónde está la Verdad, aunque aboque al ámbito de lo residual.


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