Opinión

Voto emigrante

Hace un año, más o menos, por estas o parecidas fechas estaba en el ojo del huracán una cuestión que afecta a todo el Estado, pero que en Galicia se ha vuelto recurrente por su mayor incidencia. Se trata del voto emigrante. Hace un año, digo, por no ir más lejos, se generó una diatriba en torno a la modificación del sistema actual, después de que del Parlamento gallego partiese una propuesta unánime de los grupos que integran la Cámara instando al Congreso a que asumiese las modificaciones legislativas necesarias tendentes a conseguir que los ciudadanos españoles con residencia en el exterior voten con las mismas garantías que los de aquí.


Quienes sigan esta sección recordarán también que alguna vez conté como en una multitudinaria cena en el polideportivo del Centro Galicia de Buenos Aires escuché -había varios testigos- cómo algunos comensales, gentes todas asentadas desde hace décadas en la capital argentina, contaban cómo y por cuánto les compraban el voto. El comentario salió a colación al cruzar el pasillo un agente electoral que -decían, sin ningún tipo de prevención- reunía la peculiaridad de ser agente doble, aunque sin simultanear las funciones. Es decir, primero afanó votos para una formación y tiempo después se pasó a otra.


En las hemerotecas permanecen crónicas pormenorizadas del modus operandi más allá del Atlántico cuando existen elecciones en España, sean del tipo que sean, que aquí constituiría un verdadero escándalo. Tanto que las formaciones que se consideran afectadas ponen el grito en el cielo y prometen solemnemente que cuando alcancen el poder pondrán fin a esa bochornosa situación.


No es cierto, pues las que disponen de capacidad para ello han tenido oportunidad de hacerlo y no han querido o han pasado de largo sobre el asunto. Hace un año, decía, se barruntaba en Galicia un adelanto electoral, confirmado luego, y por eso los políticos insistían en pedir que se arbitrase un sistema para que los gallegos pudiesen votar ya en las autonómicas inminentes superando la arcaica fórmula vigente.


El Gobierno, perteneciente a la fuerza mayoritaria en el Congreso, nunca estuvo por la labor y echó mano de informes técnicos oficiales que apuntaban la complejidad de una reforma tan acelerada o que sería prácticamente imposible tenerla tramitada por la premura de tiempo. Efectivamente, no se hizo, pero quedó en el aire el emplazamiento para resolver tan anacrónica cuestión con tranquilidad después de los comicios gallegos, que como se sabe fueron el 1 de marzo pasado.


En el limbo


Transcurridos siete meses, la inquietud permanece en el limbo, sin que conste que los legisladores estén haciendo algo al respecto -a lo mejor su trabajo es de tal discreción que no nos enteramos. Pudiera ser, pues para negociar el incremento de los emolumentos de sus señorías la hubo y sólo cuando estaba el tema cerrado salió a la luz-. Tranquilidad absoluta, aunque eso no obsta para que dentro de un año por estas fechas se vuelva a requerir celeridad en la reforma del voto de la emigración. Incluso puede que escuchemos otra vez que a esas alturas será difícil llegar a tiempo para las municipales de 2011.


Es una asignatura apendiente y constituye una vergüenza democrática, por más que quienes tienen la capacidad de arreglarlo, y los que la han tenido antes, miren hacia otro lado como si no fuese con ellos. Hay países económica y tecnológicamente mucho menos avanzados que España y que, además, cuentan con una importante colonia de ciudadanos residentes en el exterior, que ya han habilitado sistemas de expresión democrática fiables.


Es la constatación palmaria de que si estamos como estamos es porque nadie se ha preocupado de que las cosas sean de otra forma, porque el argumento a veces esgrimido de que muchos ciudadanos quedarían sin votar es real. Ha de hacerse el mayor esfuerzo para dar las máximas facilidades, pero que descienda el número de votantes no es excusa, ya que en realidad hay una buena porción -la mayoría- de los que ejercen ese derecho empujados por el sistema actual, pero sin el más mínimo interés o inquietud por influir en lo que ocurre en la madre patria. En lo que se refiere a América, hay que recordar que se trata de personas que se fueron hace medio siglo, cuando eran muy jóvenes o niños y han perdido todo contacto con los orígenes. Otros ni siquiera han nacido ya aquí. Se sienten orgullosos de ser españoles o gallegos, pero nada más, pese a que mantengan intereses económicos, en tanto que puedan ser receptores de las ayudas sociales que pudieran corresponderles. En los últimos tiempos se suma también otro interés para los descendientes, ya que obtener la nacionalidad española es igual a conseguir la llave que abre la puerta de la Europa comunitaria, con lo que eso puede tener de atractivo en el ámbito profesional.


En definitiva, urge un sistema lo más accesible posible, pero que aporte las mínimas garantías democráticas de que respeta la voluntad del que vota, si es que quiere votar.


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