Opinión

Ante el miércoles de ceniza

Se acerca la Cuaresma! Este en pleno camino sinodal quisiera que le diéramos a este tiempo litúrgico un sentido eclesial de comunión, de manera especial en el corazón de nuestra ciudad. Soy consciente de que no es fácil plantear bien la relación entre “el centro” y “las periferias”, pero es imprescindible que lo intentarlo.

Las celebraciones litúrgicas presididas por el Obispo, como Padre y Pastor, y vínculo de unidad y de comunión eclesial, tienen un gran sentido teológico-sacramental. Es necesario que saber descubrir esta realidad, constantemente. Los creyentes estamos llamados a la comprensión de la realidad eclesial, tanto los presbíteros, como los fieles laicos y los consagrados que participan en la vida de las comunidades cristianas. Debemos aprender a valorar más las celebraciones litúrgicas en torno al Obispo. No se trata, simplemente, de que se le diga al Pueblo de Dios que desde el Obispado se imponen una serie de formas de actuar que los sacerdotes tienen que cumplir, como algunos han dicho en otras ocasiones. Actuando así se resquebraja la comunión y crecen los particularismos que enferman la vida eclesial. Se trata de ir educando en la auténtica espiritualidad de comunión que se vive en la Iglesia Católica. Por otra parte, son pocas las ocasiones en las que somos convocados: la Misa Crismal, la liturgia de Órdenes, la Vigilia Pascual… Pero hay otras que debemos privilegiar.

Uniéndome a la celebración que presidirá el Santo Padre en Roma, este Miércoles de Ceniza, 1º de marzo, celebraré la Santa Eucaristía en la Catedral, a las 19.00 horas, imponiendo la ceniza. Queremos iniciar juntos la cuaresma en el marco del Sínodo Diocesano. Sería signo de comunión que los presbíteros del entorno de la Catedral, o viven en la ciudad, concelebrasen representando al Presbiterio Diocesano. Necesitamos crear y potenciar signos de comunión entre el Obispo, sacerdotes, miembros de la vida consagrada y todos los fieles laicos. En esta ocasión, queremos iniciar juntos este tiempo de conversión y penitencia con nuevo ardor y esperanza.

Sería mi deseo hacer llegar a todos una catequesis adecuada sobre la importancia de estos gestos de comunión en el Presbiterio y entre las comunidades cristianas que se encuentran muy cerca de la Catedral, que es la “Iglesia madre de todas la iglesias de la Diócesis”. Seguro que ganaríamos en una mayor riqueza espiritual, en fecundo compromiso eclesial y se irían superando inercias e individualismos, como nos recuerda el Santo Padre, que empequeñecen el horizonte pastoral. La Iglesia “no tiene fronteras” y, las comunidades cristianas que viven en la ciudad, deben aprender a descubrir que las celebraciones que en ella preside el Pastor de la Diócesis, rodeado de su Presbiterio, son acciones por encima de cualquier particularismo.

Somos y nos sentimos Iglesia. Gran familia, misterio de comunión que se visibiliza no sólo en nuestros hermosos templos diocesanos. Y también cada bautizado, en el seno de esta comunión es rostro de la Iglesia. Sin embargo, no somos independientes. Las parroquias deben sentirse vivas y fecundas haciendo presente en medio de los vecinos el misterio del Resucitado. No tienen una cabeza autónoma, sino que se encuentran unidas en la misma comunión. Y expresión de esta misteriosa y fecunda realidad es la unión de fe, caridad y en una misma liturgia, en el mismo Presbiterio, en torno al Obispo que es el vínculo de unión con la Iglesia Universal, que bajo Pedro y con Pedro se extiende por el mundo entero. Invito a que vivir este estilo de comunión y así poder caminar juntos convirtiéndonos para abrirnos a una tarea evangelizadora que el papa Francisco nos propone como un desafío para nuestra fe. 
Yo encomiendo a Santa María Nai y a San Martín, patrono de nuestra Iglesia , para acoger esta reflexión como un reto a una pastoral de comunión, y ruego que hagáis llegar su auténtico sentido, a sacerdotes, consagrados y laicos. 

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