Opinión

Adolfo Domínguez Fernández

El British shorthair es una raza de gato poco complicada en todos los sentidos; su personalidad amigable y tranquila se adapta prácticamente a cualquier hogar. Al parecer, fueron los romanos quienes los llevaron consigo a Gran Bretaña. Son animales equilibrados y por lo general no son acróbatas, sino que su carácter es retraído y más bien tranquilo; se aburren pronto si no se entretienen en cotidianos desafíos. El universo de este gato es la llamada “tercera dimensión”. En su vida diaria, a estos gatos les encanta trepar y observar su entorno desde la altura. Si los rascadores para fijar al techo no son de su agrado, pueden convertir cualquier mueble en un verdadero paraíso para subir a lo más alto.

Adolfo Domínguez, como el British shorthair, es de carácter aparentemente frío, distante, un poco arisco y un tanto inquietante; debe ser porque su importante aureola y fuerte personalidad impone a las personas que, sin tratarlo, le ven como a un mitológico semidiós. Sin embargo, y como el gato shorthair, los que le tratan y conocen, resaltan su sencillez, cercanía, calidez humana y, como buen gallego, una cierta retranca no exenta de buen humor en su inteligente adolfo_dominguez_resultadoconversación. 

Hijo de Adolfo y Josefa, nació en los 50 en Pobra de Trives y, como el gato del relato, desde muy niño (bibliotecario a los 11 años), tuvo claro que había nacido para estar en lo más alto. Estudiante en el seminario, entendió pronto que él sería ciudadano del mundo y se trasladó al París que todos los inquietos anhelaban. Allí fue donde leyó a Darwin y embrionó e inició su desarrollo intelectual y empresarial para posteriormente crear con sus padres y hermanos esa gran empresa y marca que ha sido la responsable más directa de la movida y la moda gallega. Su empuje y creatividad no solo cambiaron en aquel momento un aburrido concepto de moda sino que además cambió los hábitos en la forma de vestirnos. Empezó por el hombre al que le hizo sentir y vivir su necesaria evolución estética y continuó con la mujer, a la que invitó e indujo a dejar su encorsetada indumentaria para vivir en un nuevo espacio más en consonancia con la ansiada libertad. Su triangulo vital daliniano, anchos hombros, sus tallajes James Dean y los pantalones con pinzas, revolucionaron el mundo del “pret a porter”. En el plano empresarial, y pese a los embates y crisis de los últimos años, Adolfo Domínguez fue para nuestra provincia un auténtico revulsivo y excepcional embajador de la marca Ourense. Sus frases, en ocasiones “políticamente incorrectas”, el tiempo las ha hecho palmarias y por desgracia muy ciertas; en algunas ocasiones, su valiente forma de intuir nuestro futuro ha servido de carnaza a los envidiosos de turno (que no dan un palo al agua) para robarle y negarle a este gigante pero sincero ciudadano el mérito de uno de los más brillantes emprendedores de Ourense en los últimos 35 años. 

Domínguez me recuerda “El último traje”, una película dramática argentina. En ella se narra la historia del viaje que tiene que hacer Abraham, un sastre sexagenario que decide ir en busca de un viejo amigo al que conoció en mitad del Holocausto. Gracias a él, Abraham sigue vivo a día de hoy, pues éste le salvó la vida durante los últimos años de la ocupación nazi. 

No es entendible que Adolfo Domínguez a estas alturas no tenga el nombre de una calle, debe ser porque a los políticos y mandamases les pirra otorgar honores a los intelectuales históricos, como si solo de ellos dependiese el buen nombre de una provincia. Hace un montón de años que les conozco a él y a sus hermanos -más a Jesús, del que un día hablaré-, eran tiempos de “La arruga es bella”, de compartir vestuario y entretenimiento de los niños en el Club Santo Domingo. Siempre me impactó su personalidad, propia del que es un grande, del que se ha hecho a sí mismo, pero sé muy bien que detrás de esa frialdad de gato British shorthair ,hay un hombre sensible, correcto, ecuánime: nuestro ciudadano Adolfo Domínguez.

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