Opinión

Nicolás Suárez Gil “Colás”

Algunos animales viven una vida salvaje, buscan la forma de mantenerse protegidos y construyen refugios mediante materiales como paja, piedras, hojas secas y sobre palos. El pergolero pardo lo primero que hace es construir una gran estructura con las ramas de los árboles como si fuera un túnel, parecido a una pérgola con la que consigue que las hembras se paren cuando pasan por delante. Para captar su atención, los pergoleros reúnen una gran colección de huesos, conchas, piedras y diferentes objetos con los que forman un lecho que se conoce como gesso.

En los años 60 existió en Ourense, y en concreto en Las Mercedes, un movimiento con ciertas similitudes a los pergoleros, eran “los chicos del hockey sala”. Su regreso desde el Posío, Lamas Carbajal y Paseo al finalizar la jornada dominical obedecía en gran parte a que las niñas de buen ver observaran a unos espigados mozalbetes con una bolsa-macuto en bandolera en la que asomaba el stick, que era digamos el reclamo para intentar llamar la atención de aquellas indiferentes jovencitas que en sus conversaciones internas alguna vez los tildaban de “los pijos del hockey”.

Sin olvidarme de los admirables históricos de este deporte en Ourense como los Fraga, Llamas, Navas, Oscar, Kalucas, Maté, Marcial, Biempica, Barbosa, Espino, Patas, Perla, Tejelino, Bicho, Perita, Abelardo, Bochas, Promesa, Minal, Julio, etc. (siento no recordar a todos), trataré de centrarme en un solo barrio, dado de que en los mismos y siempre bajo la influencia de un histórico-pionero, surgían verdaderas canteras de practicantes de este bello deporte.

Así sucedió en Las Mercedes, donde Perfecto Alonso Orge “Pegí” supo aglutinar a un numeroso grupo de muchachos en torno a la práctica de un deporte que a todos sirvió para formarse como personas y de escape de otras actividades que algunas veces solían ser nocivas en aquella difícil edad.

Nicolás Suárez Gil “Colás”, mi personaje de hoy, fue un notable y destacadísimo practicante del hockey sala ourensano. Empezó a darle a la bola en una pequeña terraza de 3x5 que tenía en su casa. Allí, haciendo frontón llegó a adquirir un potente golpe que en los años siguientes le significó como uno de los mejores defensas de España, varias veces finalista y una campeón. Colás era la admiración y también el temor de sus contrincantes, casi siempre amigos.

En la fuente de la plaza de Vigo y a las 6,30 de la mañana, Colás se reunía con sus vecinos de barrio para ir a entrenar a las pistas del Posío, y antes de que empezase a circular gente y con el tiempo justo para regresar a casa, desayunar e incorporarse a su trabajo.

Paco Paz, Mariano, Cao, Sindo, Lerenda, los dos Orlandos, Prego, etc. fueron los más destacados de aquel barrio, cuya fuente, cuando salía el sol, era testigo del primer lavado de cara que no podían hacer en casa para no despertar a su familia.

Colás era autoritario, disciplinado, un deportista adelantado a los tiempos. El sacrificio de sus metódicos entrenamientos sería comparable a los que hoy realizan los deportistas de elite. Con el tiempo se me pareció a Ronald Koeman ,tanto por su potencia de disparo como por su carácter introvertido y callado, también por el tupé que coronaba una cara de perfil alargado y de indomable luchador.

Eran tiempos en los que practicar un deporte significaba clavar las vallas con martillo, utilizar basquines rotos, sticks anticuados, camisetas descoloridas, calcetines con tomates y sobre todo un enorme amor al hockey sala, algo que Colás tenía y que en su persona quiero hacer extensivo a todos aquellos formidables jóvenes que los domingos por la mañana se bregaban duramente en el Posío para al finalizar, y al igual que el pergolero pardo, pasear su “palito” por aquel ¡inolvidable Paseo!
 

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