Opinión

La estación de Ribadavia

Desde comienzos de junio la mayoría de los trenes que paraban en Ribadavia dejaron de hacerlo, sin otro aviso para el usuario que los inquietantes rumores recogidos por la prensa que llenaron de zozobra a los vecinos. Curiosamente desde esa fecha se incrementó el número de convoyes que circulan entre Vigo y Orense pero sin detenerse en la villa, y los dos únicos que lo hacen -uno sólo de mañana con precio prohibitivo y otro por la tarde-, alteraron sus salidas con unos horarios “contra natura” que abocan a la estación de Ribadavia a la categoría de apeadero.

Una estación por la que pelearon las distintas corporaciones municipales a lo largo del XIX y que tras largas tribulaciones económicas se vieron abocadas a gastar parte de los fondos del hospital como préstamo, para adquirir los terrenos donde ubicarla en la zona de San Francisco y que se inauguraría en marzo de 1881 cuando la primera locomotora, tras atravesar el puente de hierro, hizo su entrada entre bombas y vítores en dicho recinto. Fue entonces cuando el Ribeiro se subió al tren del progreso y, pactando con la tecnología de su tiempo, comenzó una larga etapa en la que sus muelles se llenaron de pipotes y ataúdes exponentes de la pujanza económica local.

Rápidamente destacó como la segunda en importancia en la línea Orense-Vigo y fueron sus andenes el salón de recepción donde cumplimentamos a cuantas personalidades se apearon en la capital del Ribeiro, desde Alfonso XII al poco de su inauguración, para quien bailó una muñeira Amando Torres, vecino de San Cristóbal, seguido por el político conservador Cánovas del Castillo, el nuncio monseñor Cretoni acompañado del obispo de Orense y el orfeón local “Ecos del Avia”, con un clamoroso recibimiento tras haber quedado primero en el certamen de orfeones celebrado en Ourense.


El tórrido calor

Ya en los albores del pasado siglo se detuvo Alfonso XIII, a quien burlando el cinturón de seguridad se acercó A Marota, el tórrido verano de 1908 con una prolongada sequía que hacía peligrar la cosecha, y pidió al joven rey: “Ay señor, ben podía mandarnos unha chuviña”; como también eran recibidas en olor de multitudes las esperadas bandas que actuarían en las fiestas del Portal y, hermanadas con nuestra Lira, iniciaban en la estación un delicioso pasacalles seguidas de un nutrido acompañamiento que iba feliz “al rabo de la música”. Continuaron sucediéndose las presencias de políticos y hay testimonios gráficos del abarrote que suscitaron las distintas paradas de Miguel Primo de Rivera y del ministro de Fomento, Rafael Benjumea, conde de Guadalhorce, que fue cumplimentado por el alcalde Jesús Pousa. También realizó paradas institucionales la viguesa Emilita Docet, la miss España de 1933, quien tras su accidentada visita a Ribadavia, entabló unos recíprocos lazos de afecto con nuestra villa.

Con el paso de los años y los vaivenes de la sociedad, los usos fueron cambiando, pero la estación de Ribadavia como municipio rector y cabecera de comarca siempre mantuvo unos niveles de ocupación estimables, por lo que resulta intolerable la supresión del servicio que el ferrocarril venía prestando entre la villa y las poblaciones de Ourense y Vigo a las que tan vinculadas vivió desde siempre el Ribeiro, máxime cuando el convoy de las 8,20 horas fue sustituido a las 9,55 horas por el llamado tren-hotel cuyo billete hacia la capital supera los 12 euros y el de las 16,07 horas que mantiene la tarifa de los regionales, tiene el último convoy de regreso desde Orense a las 5,25 horas.

Tarifas disparatadas y horarios irracionales que ponen en evidencia la errática gestión de los responsables de dicho transporte que es urgente subsanar para que el rural, con el que se llenan la boca nuestros políticos en campañas electorales, no pierda su último tren, aquel que llenaba de zozobra nuestros sueños al pasar de largo por una estación en la que sin detenerse, dejaba sin destino al atónito pasajero que lo aguardaba. Angustia que hoy se materializa en los andenes de Ribadavia cuando los trenes a toda máquina pasan de largo por nuestra estación dejando tirada, como en las mejores pesadillas freudianas, a la capital del Ribeiro.


(Con el emocionado recuerdo a las víctimas del accidente de Angrois el pasado 24 de julio)

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