Opinión

L'escola del fracaso

Ha pasado de actualidad el informe PISA -donde nos enteramos de que España fracasa en la educación escolar- pero las malas notas conseguidas por padres, gobiernos y educadores siguen vigentes. Y no me ciño sólo a los trabajadores de la Enseñanza, porque recuerdo siempre a José Antonio Marina, quien repite, a menudo, que para educar a un niño es necesaria la tribu entera.

En la escuela se adquieren conocimientos, pero en la familia, en el barrio, en la calle y en las actividades organizadas por entidades, gobiernos y colectivos se modela la educación emocional y los valores que ayudan a distinguir lo digno de lo indigno. Una persona puede obtener, no sólo una licencia universitaria, en Economía por ejemplo, sino incluso un doctorado, pero si lleva a cabo trampas y plagios para lograrlo, es un fracasado escolar, aunque sea al más alto nivel.

A algunos les llama la atención el hecho de que Cataluña esté incluso por debajo de la media de España, ya que desde el separatismo siempre han repetido que “l’escola catalana és un model dexit”. Ni modelo de éxito, ni siquiera normal, porque está por debajo de la media.

Las causas seguramente serán complejas, pero un educando de 7 a 14 años, que lee tebeos en castellano, habla ese idioma en su casa y en castellano se comunica por el teléfono móvil y en el mismo idioma ve las películas en el cine y la televisión en casa, pero no es el que se usa en la escuela, tiene muchas más dificultades que otro alumno de Asturias o de Murcia.

Si, además, añadimos que hay una especie de cuerpo de delatores especiales -¡formados por los propios educadores!- que denuncian y persiguen a los alumnos que, no ya en clase, sino en horario de libertad, en el recreo, se expresan en el idioma que más se habla en la Comunidad, no es difícil colegir que ese totalitarismo no sólo es una desmesura, sino que incumple los Derechos del Niño. En el artículo 29 se indica: “La educación debe estar dirigida a desarrollar la personalidad, aptitudes y la capacidad mental y física de cada niño y cada niña hasta el máximo de sus posibilidades”. Y el 30 dice: “Los niños y niñas que pertenecen a alguna minoría étnica, religiosa o lingüística, tienen derecho a disfrutar de su vida cultural y practicar su religión o a usar su idioma”. ¡Pero no son una minoría! ¡Son mayoría de castellanohablantes! No importa. El fanatismo se ha impuesto, aunque las víctimas sean niños inocentes.

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