Opinión

Don Perfecto

A mediados de los años 60 el televisor Reyfra tardaba más de 12 minutos en encenderse; primero tenía que calentarse el llamado “voltímetro” y luego aparecía un punto blanco en la pantalla que se hacía progresivamente grande. A finales de aquellos años un cura joven , Perfecto González Sulleiro asumía el reto de dirigir el Seminario Menor de Ourense en donde logró poner “color” con múltiples iniciativas que lograban romper mil tópicos.

Don Perfecto falleció el martes 15 de febrero en Ourense. Tenía 89 años. Natural de San Cibrao de Lás, era un hombre recio, incansable, difícil de rebatir y de contradecir; un hombre con la sabiduría de los clásicos y el porte de los personajes de la Eneida o de la Ilíada. Prosaico y poético , admirado amante del Seminario por el que tanto luchó y se desgastó. Una casa que tuvo su extensión en Porto do Son, que fue el Seminario de verano, “la niña de sus ojos”.

Don Perfecto, profesor de Latín y Griego; corresponsable en pleno siglo XX de las guerras púnicas y de la mítica guerra de Troya. Valiente, tenaz – que no terco como le gustaba decir – impulsor de iniciativas novedosas en tiempos recios: la apuesta por el teatro con su mítica “Antígona”, las sesiones inolvidables de cine, las excursiones con el espíritu scout que llevaba a gala. ¡Siempre listos! Defensor infatigable del sueño del Padre Silva al que tanto admiraba y del que con frecuencia comentaba que Ourense tenía una deuda con el “cura de Benposta” y su obra. Perfecto Sulleiro, una vida sin adornos ni artilugios superfluos, un poco “ye-yé”.

Aquel cura del Seat 600 que renunció a comprar un coche nuevo en 1971 para poder adquirir por 400.000 pesetas en una librería de Madrid los 54 tomos que recogen las actas del evento que logró darle un enorme cambio de rumbo a la Iglesia: el Concilio Vaticano II, del que era entusiasta. Presumía de conocer cada una de las intervenciones de los Padres Conciliares. Entusiasta del aire renovador del Concilio que supo plasmar en la vida del Seminario de Ourense. Incisivo, libre, apasionado y valiente en decisiones transcendentales como la defensa ante las autoridades educativas en un tiempo de tantos cambios en este país, años setenta, de la idiosincrasia del Seminario Menor y su plan de estudios.

Don Perfecto en los diferentes momentos de su vida fue asumiendo responsabilidades y servicios que han marcado la vida y la historia de esta Diócesis. Su paso por la Catedral como canónigo, su dedicación pastoral en la Iglesia de Santa María Madre y durante estos últimos años hasta la llegada de la pandemia como un “cura normal” (como le gustaba decir a él) compartiendo y acompañando con su experiencia a la comunidad cristiana de San Pío X de Mariñamansa. Un cura de barrio que visitaba todas las tardes a su hermana Remedios debilitada por la enfermedad y los achaques en el centro de mayores donde es cuidada y atendida. Cada tarde, sin faltar un día, aquel hombre recio se tornaba tierno, cariñoso, regalando mil mimos y mil miradas a su hermana a la que adoraba. Verlo a su lado con las galletas que ponía en las manos de Remedios era una estampa única de amor incondicional.

Estoy seguro que en don Perfecto se cumplió aquella máxima de Coco Chanel: “para ser irreemplazable, uno debe ser siempre diferente”.

El paso por esta vida de don Perfecto nos deja muchas enseñanzas; entre otras que “si no tenemos algo de hidalgos como don Quijote jamás llegaremos a ser plenamente humanos. Y sin desplegar las alas y convertirnos en cometas que surcan el cielo tampoco seremos del todo libres. A veces nos cubrimos de temores y prejuicios que nos impiden soñar, pero estamos hechos para andar por caminos que nos hagan latir y vivir”. Para don Perfecto fueron los caminos del Evangelio y del servicio a la Iglesia.

Peleó mucho y llegó al final del combate con los guantes desgastados. Que descanse en la paz de Dios quien a Dios entregó todo. Don Perfecto, simplemente Perfecto González Sulleiro.

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