Opinión

El enigma Fernández Gayoso

Desde que la caja de ahorros gallega hubiese tomado la deriva que los acontecimientos y las decisiones de las autoridades financieras impusieron hasta convertirse en Novagalicia Banco, se han ido sucediendo todo tipo de comentarios y críticas al proceso. Se hablado -y se habla- de la oportunidad o acierto en la fusión; de las presiones de A Coruña y Vigo por el control de la entidad resultante; del ninguneo a las legítimas aspiraciones de la Galicia interior, Ourense en concreto, al reclamar respeto, recordando la considerable aportación histórica en este proceso, pese a ser tildadas de localismo por su escasa perspectiva. En las dos grandes ciudades atlánticas, en cambio, ese mismo localismo muta en defensa de los intereses ciudadanos de las respectivas urbes.

Ha habido pronunciamientos sobre los errores de gestión por parte de quienes manejaron la entidad antes y ahora. La atribución de responsabilidades se reparte sobre un par de ex directivos y llega a los actuales gestores, obviando que estos últimos se han visto obligados a gestionar una pesada herencia. Sorprende que en esa amalgama de críticas falte la mínima mención a Julio Fernández Gayoso, que ejerció el poder de forma omnímoda a lo largo del último medio siglo en Caixavigo, luego en Caixanova -tras cobrarse los cadáveres profesionales de potenciales competidores- y luego en Novacaixagalicia hasta que pasó lo que pasó. Primero fue director general y luego presidente, previa modificación de los estatutos para salvar el handicap de la edad y convertir en ejecutivo un puesto hasta entonces de mera representación

¿Cómo es posible que este hombre todopoderoso, que gustaba de presumir de su capacidad e influencia para mover los hilos de casi todo lo importante, resulte milagrosamente exento de toda responsabilidad? Su discreta retirada a un segundo plano de la actualidad en estos momentos estratégicos inconvenientes, la opinión pública se pregunta ¿qué hace Fernández Gayoso? ¿Cómo es posible que continúe atrincherado en una costosa pero inútil fundación que sólo se justifica para pagar los sueldos de quienes viven de ella? ¿Sigue cobrando y de quién? ¿Qué le aleja de los focos de esa actualidad que tanto gustaba de tener sobre sí? ¿Por qué cuando se habla de las preferentes sale absolutamente indemne? ¿Por qué nadie lo cita cuando se habla de las polémicas retribuciones e indemnizaciones de quienes fueron sus subordinados? ¿No las aprobaba él? ¿No es el responsable de que esta información fuese hurtada a los consejeros, como algunos de ellos han reconocido? ¿Cómo es posible que siga navegando en este mar de escándalos, que en cualquier país serio le hubiese llevado hace tiempo al naufragio más absoluto? En fin, un curioso enigma por resolver.

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