Opinión

El Estado, contra el cáncer de tabaco

Líbrenme el Señor y San Raimundo de Peñafort, su humildísimo siervo al tiempo que sapientísimo patrono de los abogados, de caer en la tentación de juzgar a los jueces, pretensión que jamás se me alcanzaría por su tan disparatada tentación que ni a don Alonso Quijano se le ocurriera en sus fiebres más agudas. Claro que si en aquellos tan lejanos tiempos de San Raimundo o en los de su alter ego patronal, San Ivo de Bretaña, el recelo sobre la administración de justicia era similar al de ahora, que buena es la que viene cayendo sobre tan docto gremio, tampoco a nadie extrañaría que uno terminara por meterse en camisa de once varas y mandara a freír puñetas, dicho sea con el mayor de los respetos, a las galas de los ropones. Cómo estarían de mal las cosas de justicia en los tiempos de que hablo que los paisanos de San Ivo le dedicaron un epitafio que dicen que decía: ‘San Ivo era bretón. Era abogado y no era ladrón. Santo Dios: ¡qué admiración!’. Pero en tales años la gente era tan mal hablada que resultaba práctica muy didáctica hacer una drástica limpieza de boca a base de cortar la lengua al maldicente.


Viene todo esto a cuento de que un doctísimo magistrado madrileño, se ve que iluminado a pares y nones por la sabiduría legal de los santos Ivo y Raimundo y por la admirable condición del bretón, alumbró una sentencia judicial que si no le lleva derechito a la Real Academia de Jurisprudencia dará con su cerebro en la Real de Medicina, con doctorado honoris causa incluido en la especialidad de ciencia infusa. O, en el peor de los casos y situaciones, con la masa gris debidamente conservada en formol o similar, siempre en la Real de Medicina, estibada en una estantería de casos a analizar.


Decía este juez de la horca, a la vista de la primera demanda que se presentaba en España por tabaquismo, tras un constatado cáncer de laringe, que ‘fumar daña la salud (¡tócate las meninges, Salomón!) y es un factor cancerígeno’, pero que el Estado no tiene nada que ver con esta historia. ¡Hombre, señoría, la leche, pedazo de Solón, Bías, Pítaco, Cleóbulo, Quilón, Tales y Periandro! Ni los siete de Grecia habrían alcanzado tal despiece intelectual conjuntamente. O, como decía don Pedro Muñoz Seca en su celebrada ‘La venganza de don Mendo’, usía nos ha metido en ‘un juego vil/ que no hay que jugarlo a ciegas/ pues juegas cien veces mil/ y de las mil, ves febril/ que te pasas o no llegas’.


Dice el señor juez de la Sala Sexta de lo Contencioso-Administrativo que pelillos a la mar. Que si el demandante, un bendito de 75 años, tiene cáncer de laringe porque empezó a fumar a los 13 años cigarrillos de las marcas Fortuna, Ducados, Ideales y Celtas (se supone que no precisamente por este orden), ‘comercializados por Tabacalera’ sin que nadie le advirtiera por entonces de los peligros de la adicción al tabaco, ‘fumar deriva de un acto libérrimo’, con lo que el Estado se puede llamar felizmente andana y seguir recaudando, que es lo suyo, de él. O sea, que el juez que se llama andana dice que fumar provoca cáncer, que el tabaco es lo que se fuma para poder padecer esa enfermedad pero que el Estado, que es el que vende el tabaco y se lucra a base de bien de esa venta, no tiene nada que ver con la película. Este es un país multicolor. Sólo falta que venga Maya, la abeja. Y que nos libe el cerebro.



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