Opinión

JAVIER ARENAS

Hay gente que parece tocada con la varita mágica de la fortuna para estar en lugares o situaciones de privilegio vedados al común de los mortales. El todavía presidente del PP de Andalucía, Javier Arenas, es uno de ellos. Ha sido anunciar que dejará la presidencia del partido -antes ya había renunciado a ser candidato a la Junta- y desatarse una nube de incienso en torno a su persona y su trayectoria política. En un contexto general, los pronunciamientos se encuadran en un sermón panegírico que acaba por sugerir que la retirada en Andalucía no significa que Arenas abandone la política, sino un mecánico trueque de funciones para pasar al ámbito estatal asumiendo un papel destacado -más- en el partido y, quizá, un sillón en el Consejo de Ministros en cuanto Rajoy decida una crisis de Gobierno.


La pregunta salta de inmediato. ¿Qué hizo este hombre para tal recompensa? Las razones de puertas para adentro pertenecen al campo de lo ignoto, pero desde fuera lo único que se conoce de su dilatada trayectoria en Andalucía, son tres derrotas electorales consecutivas ante Manuel Chaves y una victoria frente a Griñán, tan dolorosa como las derrotas anteriores, pues fue insuficiente para gobernar. Con tal currículum, una discreta retirada le reportaría una pátina de servidor humilde, bien distinta a esa otra de señorito altivo, capaz de todo con tal de seguir a lomos del poder, tan propio de la mayoría de los políticos.


Como es evidente que en el PP hay gente de sobra con valía para ocupar cualquier cargo, se entenderá que su promoción a Madrid se circunscribiría al ámbito de la amistad y el afecto personal, en tiempos en los que está asumido que cuando se trata del interés general, la capacidad debe primar siempre sobre los sentimientos.

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