Opinión

DE PERIODISMO Y REALIDADES

Cabalgamos sobre tiempos poco propicios para la lírica, pues la situación obliga a atarse los machos una vez y otra para tratar de evitar ser arrastrados por el ciclón que nos sacude insistentemente. Eso es así y pese a los tímidos mensajes que el Gobierno pone en circulación para convencernos de que lo mejor ha pasado, tal posibilidad es irreal. A estas alturas, lo único claro son los cristos de Wert con la Ley de Educación; el oscuro asunto de Montoro y las propiedades que vendió, o no, la infanta; la bochornosa manipulación con la que venden un recorte de la Administración por 38.000 millones que objetivamente no van a ser mas de 4.800 anuales en el mejor de los casos (menos del 1% de todo el gasto de la Administración Pública); o el drama del éxodo de los jóvenes más preparados de la historia, que Fátima Báñez denomina como movilidad exterior. La misma a la que sus compañeros distinguen por su lucha infatigable contra el paro, aunque su gestión deviene en una gran fábrica de desocupados que alcanza ya los seis millones; claros son, Ana Mato aplicando recortes en prestaciones sociosanitarias o Bárcenas camino de convertirse en el rey de las finanzas ocultas. ¿Y qué hace Rajoy ante tal alboroto en el gallinero gubernamental y partidario? Esconderse bajo tierra y observar por el periscopio para ver si escampa y entonces puede salir.


Así de duro está el panorama, como bien recuerda de forma recurrente Santiago Rey, editor de La Voz de Galicia, en los editoriales que publica en su periódico, cuyo contenido suscribe en gran medida la opinión pública, reprochándole, eso sí, el tono pontificador de superioridad extraterrenal rayana con la prepotencia. Todavía podrían hacérsele algunos reproches más, pero ha de reconocérsele el mérito de haber volcado todos sus esfuerzos vitales y empresariales al grupo editorial que dirige. Y la prueba de ello es un convenio colectivo para sus trabajadores, tan extraordinario como desacorde con los tiempos que corren: una especie de lotería para no pocos empleados acomodados en circunstancias retributivas y productivas ahora insostenibles, aunque tal pormenor, lejos de estimularles, opera como anestésico y relajante, haciéndoles sentirse como si estuviesen en el periódico más rico de Europa y su actividad se desarrollara una zona próspera y fuertemente industrializada. Tienen tan mal ojo como el Gobierno.


Tampoco se le puede reprochar a Santiago Rey el permanente esfuerzo inversor para hacer un periódico mejor y de más calidad en todos los ámbitos, en un país en el que se lee muy poco, lo cual confiere todavía más valor a la actitud del editor coruñés. Por eso, yo que he me prodigado en anteriores ocasiones en críticas a Santiago Rey, he de reconocerle ahora su entrega total a la empresa durante décadas, y comprender la decepción que ha de embargarlo cuando quienes han sido privilegiados periodistas y deberían acompañarle en el objetivo de asegurar la viabilidad del proyecto empresarial que les acoge, se están jugando su futuro con grescas laborales que no contribuyen sino a complicar la salida a la crisis en una dirección razonable y correcta.

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