En 2020 nacerán un millar y pico de ourensanos si la tendencia continúa y no sobreviene el apocalipsis mundial sin haber colonizado todavía Marte. En este año que empieza, el cronómetro se pondrá a cero para todos ellos. La mayoría tendrá larga vida y entrará en plenas facultades en el siglo XXII, ese que simplificará y complicará la existencia a partes iguales. Ustedes y yo ya no habitaremos un tiempo llamado a grandes conquistas, aunque las preocupaciones más básicas apenas variarán: son consustanciales al homo desde que se hizo sapiens hace 350 mil años. Sinceramente, no creo que vaya a ser una época peor. Pero, como ya dije, dará igual porque otras voces lo contarán.
Entre los nacidos en 2020, los habrá que apenas vivirán porque un virus de nuevo cuño, una mutación genética inesperada o un accidente en todos sus tipos le saldrá al camino. Pero con largas o cortas vidas, casi todos sentirán que les hacía falta algo más de tiempo.
Los ourensanos nacidos en 2020 serán felices o desdichados, según sus capacidades, la clase social o la suerte se lo permita. Los habrá que harán grandes gestas, no porque descubran como alargar los telómeros, que también, sino porque sabrán dar a sus vidas un significado plural.
A los ourensanos de 2020 los nombres de los políticos que hoy gobiernan les sonarán a viejuno o a casi nada, que es peor. Cuando empiecen a votar, los nombres de hoy habrán muerto en el olvido. ¡Maldita trascendencia!
A unos noventa, uno más o uno menos, los padres les contarán que tuvieron que nacer en la ciudad porque un año antes, de repente, se cerró la maternidad de Verín porque los números no cuadraban. Había que parir con calidad y por lo visto estar cerca de casa no lo garantizaba. Curioso duelo entre experiencia e inmediatez. Claro está, al nacido y nacida en 2020 le costará encajar una solución tan poco imaginativa en un siglo con demasiados desiertos. No solo demográficos.
A todos aquellos cuyo punto de partida será 2020, bienvenidos a un mundo tremendamente estrafalario pero apasionante.
