Opinión

Descanse en paz

El exceso de celo no siempre nos favorece, por extraño que parezca. Al menos no a todos. O a todos por igual. Precisamente, el exceso de celo hizo que a María Socorro Silva la mataran no de un tiro de escopeta apañada sino de dos. El exceso de celo provocó que su cadáver fuera a parar al río Avia para, al albur de la corriente, mantenerlo oculto de suspicacias policiales. Y hasta el exceso de celo en la investigación judicial hace que su su madre no pueda llevarse el cuerpo a su pueblo natal: Bacabal, en el depauperado norte brasileño. Es posible, aunque demasiado improbable, como diría un forense en su informe pericial, que haga falta una segunda autopsia.

Improbable porque en esta desgraciada historia no sólo ya hay un asesino confeso en la cárcel sino porque el clamor ciudadano se ha reducido al colectivo de inmigrantes. Pero el sentir popular, que casi nunca entiende de exceso de celo, tiene unas reglas. La lógica judicial, otras. Descanse en paz el exceso de celo.

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