Opinión

Trives

El político con vocación de alcalde intentó gobernar, y careciendo de apoyos de partido los suplió por la capacidad de contemporizar con los votantes deseosos de cambio. Su falta de experiencia en estas lides pronto le enseñó que la integridad no sustentada en mayorías garantiza bien poco. El político al que le gustaba ser el eterno alcalde nunca dejó de tentarle el poder y se las ingenió como pudo para perpetuarlo, al fin y al cabo contaba con el aliento de unos votos y un partido. El hombre sin vocación de alcalde ni querencia por la política quiso tener algo más que decidir desde la soberbia de una minoría. Sin ningún tipo de complejos, renunció al paraguas de las siglas para poder estar donde le dejaron hacer (antes deshacer). Demostró sin complejos que uno entra en la ideología de la izquierda o en la de la derecha como el que tanto luce con traje como en pijama. Eso sí, a costa de una manifiesta deslealtad a sus votantes. Y a la política.

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