Opinión

¿Abrimos un restaurante libanés en Carballiño?

Cada especialidad es un mundo y se necesitan años de estudio para adentrarse en ella. El resto de la sociedad desconoce lo que conoce un astrofísico, pero se beneficia de lo que éste hace

La enorme calidad de vida que disfrutamos en las sociedades occidentales tiene diversas causas. El acceso a energía barata y abundante es, sin duda, una de ellas. Pero existen otras causas no menos importantes, algunas de índole institucional y otras relacionadas con el modo en que se organiza la sociedad. La división del trabajo es una de esas causas que suele pasar, en general, desapercibida.

Si uno pudiera entrevistarse con los miembros de alguna tribu aislada del Amazonas, enseguida se daría cuenta que todos ellos hacen fundamentalmente lo mismo. Su economía de subsistencia les condena a actividades primarias como cazar y recolectar frutos diariamente, con el único fin de conseguir sobrevivir hasta el día siguiente. El conocimiento colectivo es muy escaso, todos saben las mismas cosas y esas cosas tienen muy poca variación. Si hiciéramos lo mismo en cualquiera de nuestras ciudades, rápidamente nos daríamos cuenta de que cada ser humano se dedica a actividades muy diversas. Tenemos fontaneros, electricistas, médicos, ingenieros, ganaderos, agricultores y un sinfín más de profesiones. Cada una de ellas es un campo de conocimiento en sí mismo, de tal modo que el conocimiento colectivo de la sociedad es incomparablemente mayor que en el caso de la tribu amazónica.

La división del trabajo en especialidades es una condición indispensable para el desarrollo de las sociedades. No habríamos llegado a ningún sitio si todos siguiéramos siendo cazadores-recolectores. Sin embargo, hay una condición indispensable para que la división del trabajo tenga lugar: se necesitan personas. Cuantas más, mejor. Para comprender esta idea imaginen que, en España, hay más o menos un médico por cada 1.350 habitantes. Supongamos que uno de cada 200 médicos tiene la especialidad de cirugía pediátrica. Esto implica que se necesita, al menos, una población de 300.000 personas para que haya un cirujano pediátrico. Sin embargo, un único cirujano pediátrico no nos sirve de mucho. ¿Quién le ha formado? ¿Quién le ha enseñado si solo hay uno? ¿En qué revistas científicas publicará sus investigaciones si está él solo? ¿A qué congresos irá a aprender nuevas técnicas si únicamente existe él? ¿En qué universidades se estudiará cirugía pediátrica si solo hay una persona? Es obvio que se necesita una masa crítica de cirujanos pediátricos para que la especialidad avance. Si, por ejemplo, necesitáramos unos 50 de ellos, deberíamos tener una población de más de 13 millones de habitantes.

Este ejemplo pone de manifiesto que la especialización de las actividades es imposible si la población es pequeña. Necesitamos que la población aumente para que el conocimiento colectivo pueda ir aumentando de manera continua, utilizando los cerebros de las personas como almacenamiento de todo el conocimiento conjunto de la humanidad. Cada uno almacenará una pequeña parte (lo que él conoce), pero la sociedad en su conjunto tendrá un nivel de avance nunca antes visto en la historia. Esto es, justamente, lo que estamos viviendo. No solo tenemos físicos, tenemos físicos teóricos, físicos nucleares, astrofísicos, físicos electrónicos…Pero dentro de los físicos teóricos tenemos físicos especialistas en la electrodinámica cuántica, otros en la cromodinámica cuántica, otros en la teoría de cuerdas, otros en las teorías de unificación… Cada especialidad es un mundo y se necesitan años de estudio para adentrarse en ella. El resto de la sociedad desconoce lo que conoce un astrofísico, pero se beneficia de lo que éste hace. De igual modo, el astrofísico probablemente desconozca cómo se hace el pan, pero se lo compra todos los días a un panadero a la vuelta de la esquina. Colaboramos entre nosotros, sin pensarlo, sin planificarlo. Se trata de un orden espontáneo.

La condición necesaria (pero no suficiente) para que la especialización del trabajo haga su magia es contar con un número suficientemente elevado de seres humanos. ¿Por qué creen ustedes que en O Carballiño no hay restaurantes libaneses, etíopes o sudaneses? Porque allí no vive la cantidad suficiente de personas para que tenga lugar ese grado de especialización en la oferta gastronómica. ¿Cuál es la probabilidad de que alguien quiera cenar comida libanesa? Pongamos que una de cada 10.000 personas. En Carballiño habrá una o dos personas que quieran comida libanesa cada noche. Sin embargo, en Madrid, habrá 350 personas que deseen comida libanesa cada noche. Es imposible, por tanto, mantener un restaurante libanés en Carballiño y perfectamente viable mantenerlo en Madrid.

Ya sabemos que la política se caracteriza por ignorar la realidad con una obstinación obscena. Ello conduce a un populismo necio que se dedica a construir aeropuertos donde no vive nadie, estaciones de AVE en medio de la nada y no hay pueblo de España que no tenga un auditorio construido en mármol y bambú. Del mismo modo que nadie en su sano juicio abriría un restaurante libanés en Carballiño ni El Corte Ingles abriría un centro comercial en Allariz, nadie invertiría su dinero en una línea de AVE a Santander o un aeropuerto en Ciudad Real. Eso solo lo hacen los políticos, porque lo hacen con nuestro dinero y, sobre todo, porque nunca les pasa nada cuando lo hacen. Pero no es culpa de ellos. Es nuestra que se lo consentimos.

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