Opinión

Ciencia y dolor humano

La tendencia social, al querer transformar la economía, no es otra que la supresión o aminoración del dolor humano. No es, como pretenden algunos, el aprovechamiento material grosero, sensual, de la vida, sino el progreso, la aptitud, la exaltación del trabajo, la satisfacción del vivir y la canalización de la energía humana hacia normas de exquisitez y armonía. Para ello nada mejor que el aprovechamiento de la ciencia para ahorrar el esfuerzo. Nunca, desde luego, para el beneficio de una clase.


El progreso económico de la Humanidad es evidente. El siglo XX pasado es el más característico de este programa. Los descubrimientos científicos se liberan de la estrechez de los laboratorios para entrar en la aplicación industrial. El perfeccionamiento del utillaje mecánico, el maquinismo, la química industrial, testimonian el resultado obtenido por la intervención del sabio en la industria. Al respecto, Châtelier decía que a cada progreso científico corresponde un marcado progreso industrial. Por ejemplo, la metalurgia se desarrolla bruscamente tan pronto como el análisis químico ha dado a conocer la composición de los minerales y la de los productos elaborados. Para perfeccionarse, la máquina de vapor ha esperado el estudio experimental del vapor de agua, las leyes del frotamiento y las propiedades mecánicas de los metales. La industria eléctrica ha salido, precisamente, de los laboratorios científicos.


En realidad, esta acción de la ciencia no ha sido solamente indirecta e inconsciente, sino que se ha manifestado, en la mayoría de los casos, por la intervención directa de los sabios, cuyo nombre ha quedado ligado, como corresponde, al de su descubrimiento. Y no solamente se aplica la ciencia a la industria, sino también a la producción y a las relaciones económicas en general, organizando la más perfecta colaboración entre los diversos elementos de su actividad.


La mesocracia reverencia la técnica, la saluda jubilosamente, la acaricia como el mayor elemento de su sueño. Quiere someterla a análisis y deducir de ella las leyes de la producción y del cambio, es decir, relacionar el trabajo de las máquinas con el trabajo de los hombres y mujeres, humanizar la circulación de las riquezas y las relaciones laborales y sociales en general. La organización científica del trabajo, consecuencia de la aplicación de la ciencia, la racionalización y sistematización de la economía, tiene por función el análisis crítico de toda la antigua estructura económica y la formación de otra nueva, si bien no llega a sus bases teóricas. Por otra parte, el capitalismo la aprovecha en la medida que le conviene para asegurar el triunfo de su dominación, pero la tendencia social hace tabla rasa a toda la estructura, al igual que Descartes en la filosofía, y atisba una profunda síntesis científica de la que saldrán, en su día, las bases de una sociedad mejor organizada y más libre.


Hoy, desde que el equilibrio entre las funciones que aseguran el proceso regular de la vida económica se rompe, la sociedad, como no podía ser de otra manera, se siente atacada de síntomas patológicos que toman proporciones desastrosas. Tal es el caso de la grave crisis que invade el planeta Tierra, que conlleva, además, la crisis de producción y la consiguiente pérdida de millones de empleos.


Sea como fuere, hay, pues, que aplicar la tabla rasa a las leyes inmutables de la Economía política y oponer a ésta las leyes de la verdadera racionalización, que, por lo mismo que es científica, no debe ser parcial y beneficiosa para una clase. El principio de libertad económica se contradice por la evolución constante de la realidad. La libre concurrencia se hace cada vez menos libre; sin embargo, persiste el concepto apriorístico de la propiedad de los instrumentos de trabajo, en evidente pugna con la racionalización y dirección coordinada de las industrias, en general.


Por lo demás, yo identifico mesocracia y racionalización, la ciencia al servicio del hombre. Como única causa de evitar el dolor.



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