Opinión

ANTE LOS CONSERVADORES: PROGRESO

En realidad, lo dice la misma palabra ?conservadores-, mantener o guardar una cosa o cuidar de su permanencia. Con todo y pese a los siglos transcurridos existe aún un elevado número de personas que presumen, por todo lo alto, de 'conservadores': conservadores a ultranza y por principio; conservadores por convicciones; conservadores de lo bueno y de lo malo; conservadores de partidos políticos que continúan inclinados a la conservación de los intereses creados por virtud de instituciones seculares, y, en fin, conservadores instalados en un presente al que un mínimo cambio pondría en peligro su forma de ser y de actuar.


Realmente, no reducimos nuestras características al ámbito de la política aunque en ella aquellos pretenden ampararse de toda laya. Porque hay también los mesocráticos abstractos que son, en realidad, súper conservadores aferrados a fórmulas aceptadas, de una vez y para siempre, que tienen obturada su perspectiva futura. Hasta hay conservadores que defienden, a su manera, los partidos políticos del sistema liberal; sistema que considera el derecho como un producto de la voluntad humana en cuanto supone que la razón individual es absolutamente libre; pero que en su forma de producirse, esas personas son, quiérase o no, unos verdaderos conservadores abstractos.


Según nos enseña la historia, es que nunca los conservadores han tenido razón. Nunca. Pues de ser constitutivamente conservador, el hombre hubiese permanecido siempre en la edad primitiva. No hubiese adquirido, desde luego, historicidad. Está claro que la vida misma, las comunidades humanas no pueden ser simplemente conservadoras. Los conservadores necesitan trascender el presente, abrirse al porvenir, mantener despierta la sensibilidad para el cambio, con todo lo que ello tiene de riesgo y ventura. El aspecto corriente del conservadurismo suele ser la indiferencia ante la suerte del prójimo, hermanada con la defensa de situaciones de irritantes privilegios. Es cuando observamos el recurso patético a principios encubridores que no se detienen siquiera en el límite de lo humano, que pretenden ligar incluso la divinidad a la defensa de una clase y de unos intereses casi siempre crematísticos. Precisamente, los comienzos del liberalismo económico y de la revolución industrial nos ofrecen abundantes ejemplos: el tránsito de la obra manual a la producción mecanizada es uno de los periodos más sombríos e inhumanos de la historia. Hubo empresarios que creían que los adultos ofrecían demasiados problemas, y prefirieron contratar niños desde los ocho años de edad; para evitar que se alejasen del lugar del trabajo, los niños eran encadenados a las máquinas y hasta se llegaba a limarles los dientes para que comiesen menos. En las minas había hombres que no conocían el sol; fueron concebidos y nacieron y morían dentro de las galerías. Eso ha pasado con seres humanos. Increíble.


Hay más. Entonces, hasta una de las ocupaciones que se consideraban adecuadas para las mujeres era la de arrastrar las vagonetas en que se sacaba el carbón. Pero ingeniosos empresarios habían descubierto que era más barato construir las galerías de apenas un metro de altura; las vagonetas eran también bajas; las mujeres que las manejaban debían ir caminando a gatas. Para mayor desgracia, la abundancia de mano de obra permitía a los dueños de las minas rebajar constantemente los salarios. Y lo hacían. Dice Toynbee que, aún en el año 1810, el salario medio del trabajador/a llegaba a ocho chelines semanales y sus gastos mínimos a catorce. La diferencia debía ser compensada necesariamente mediante la mendicidad, el robo y la prostitución. La jornada era, nada menos, de once horas al día, seis por semana. Hace dos siglos la jornada laboral era de dieciséis horas.


Cabe preguntar ¿y qué hacían o decían entretanto los conservadores?


Bueno. Se podrían decir mucho más cosas de los conservadores y también a los que lo son y quieren pasar por liberales, tratando de engañar, como siempre, a los incautos de turno.


Terminamos. Alimentar la actividad mental con una cálida simpatía hacia todo lo que pueda significar progreso a pesar de las ideas y de la forma de actuar de los conservadores. En realidad, las tres palabras que deberán quedar subrayadas en el recuerdo son: cálida, simpatía y todo. Ha de ser una simpatía cálida, de obra, de interés afectivo hacia los demás. Que hemos de aplicar a todo lo que signifique progreso: nunca a un solo orden de cosas.

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