Opinión

Izpisúa, tres nobel en uno

En el siglo XX España ha producido solamente dos Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal, premiado en 1906, y Severo Ochoa, en 1959, y en el XXI hay un español que merece dos de esos galardones por sus logros científicos, y uno tercero como personaje mundialmente ejemplar del que niños y jóvenes deberían aprender.

Es el bioquímico y farmacéutico Juan Carlos Izpisúa Belmonte, nacido en el seno de una familia paupérrima en Hellín, Albacete, hace 56 años, que está revolucionando lo que podríamos llamar la regeneración de la vida humana. Las revistas científicas más prestigiosas publican constantemente artículos con los trabajos de Izpisúa exponiendo los avances que experimenta en su laboratorio del Instituto Salk, en La Jolla, California, y que van desde la reproducción de partes de órganos extirpados hasta, como estos días, la reducción el envejecimiento de seres vivos.

Es como un Colón que descubre nuevos continentes de la ciencia, cerca de treinta campos diferentes desde la fisiología hasta la genética más sorprendente. Pero lo más admirable, el otro Nobel, es ese niño que tuvo que abandonar primaria para ser pastor, criado, recolector de almendras, vender callejero de turrones, globos y baratijas, y botones de hotel en Benidorm con 14 años. El director del centro descubrió su inmenso talento natural y lo animó a obtener el graduado escolar. Y luego, siguió trabajando para pagar los primeros estudios, enseguida merecidas becas, la universidad de Valencia, y después Bolonia, Heidelberg, UCLA, el Instituto Salk, y la genialidad.

Una gran lección: no todo pobre carece de talento, y avanza siendo voluntarioso, trabajador. Dígase: el determinismo social, habiendo tantos casos así, es una falsedad creada para justificar darle subvenciones a todos los vagos y a sus demagogos valedores políticos, los populistas.

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