Opinión

¡Traición, que gran traición!

S ólo unos pocos militantes de los que van quedándole al PSOE pueden aprobar el último movimiento de Pedro Sánchez para conseguir su nominación a la presidencia del Gobierno. Acaba de cometer una traición, una gran traición a los españoles al prestarle cuatro senadores a los independentistas catalanes de ERC y de la CDC para que formen grupos parlamentarios.

Actos así fueron preludio de sus ruinosas alianzas electorales en Cataluña, Galicia y Baleares. Y explican que el PSOE cayera aceleradamente desde sus casi 800.000 militantes con Felipe González, a los 193.989 de mediados de 2015, y bajando, pues la llegada de Pedro Sánchez le supuso perder casi 5.000 en pocos meses. Y que desde los 202 diputados que llegó a tener posea ahora 90 sin desgaste del poder, veinte menos que cuando Rodríguez Zapatero dejó el país en ruinas, a finales de 2011.

En política, y aparte de los movimientos tácticos para sacar ventajas estratégicas como la de acercarse a la presidencia del Gobierno, no todas las compañías son deseables ni merecen arrumacos que destruyan la familia propia.

El gesto de Sánchez demuestra una profunda inmoralidad, la que le llevó a sorprender exhibiendo en la campaña electoral una enorme bandera española, cuando el PSOE ya la rehuía, y ahora le da dinero y tiempo en el Senado a quienes queman no sólo la bandera del país, sino su pacífica convivencia. Porque España no es una nación artificial como la ex Checoslovaquia, sino que mantiene milenarias vinculaciones entre todos sus ciudadanos y territorios, y romperlas provoca un enorme destrozo en todos los ámbitos, y quién sabe si sangre.

Hay una regla perenne desde que hace 2.195 años Escipión proclamó ante los asesinos de Viriato “Roma no paga traidores”; los independentistas catalanes, tampoco.

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