Opinión

ULTRAS

Conforme izquierda y derecha democráticas se enfrentan sin intención de beneficiar conjuntamente el país, en sus extremos crecen grupos ultras que podrían devolvernos a las bandas de la porra, de una parte y a los Guerrilleros de Cristo Rey, de la otra. La policía acaba de revelar que en los últimos tres años detuvo a 300 ultraderechistas, incluyendo a los catorce que el 11 de septiembre entraron en la Librería Blanquerna, en los bajos de la 'embajada' catalana en Madrid, y zarandearon a los asistentes a su Diada mientras gritaban consignas defendiendo la unidad de España.


Con esas detenciones la ultraderecha parece bien controlada, pero sus contrapartes de ultraizquierda y del ultranacionalismo secesionista rara vez son arrestadas por actos equiparables en calles o en centros públicos. Agreden sin consecuencias los símbolos de otras ideologías, y quizás esa impunidad es la que facilitó la existencia de ETA durante tantos años de democracia, y su integración en las instituciones políticas sin renunciar a su radicalismo provocador, aunque desarmado.


Ocurre también con la aún joven Resistencia Galega, que lleva cometidos varios atentados en su afán por devolver Galicia al Paleolítico, sin que la izquierda nacionalista, de la que los terroristas son hijos díscolos, los haya condenado contundentemente.


Las ultraizquierdas gozan de apoyos notables entre el llamado progresismo, mientras que los ultraderechistas no reciben simpatía alguna de las derechas, y sí el mayor rechazo porque les roban sus señas de identidad democráticas para convertirlas en proclamas fascistas.


Es el caso de quienes acuden con banderas constitucionales para apoyar la españolidad de Cataluña en Barcelona, por ejemplo, y a los que se les pega siempre alguien con una bandera franquista que aparecerá en primera página de algunos diarios para demostrar que la españolidad es fascista.

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