Opinión

Lo que viene de Madrid

Un amigo mío, al que contrataban para tocar el piano en la ficticia orquesta que ambientaba los programas de variedades en la televisión autonómica, me contaba muchas anécdotas sobre los artistas que colmaron aquellos estudios. Sus preocupaciones, sus gustos, sus manías, sus grandezas y sus miserias, recogidas de primera mano porque las apariciones de aquella flota de rostros populares las noches de los sábados venían precedidas de ensayos interminables, señales en el suelo, tramoya, fallos de iluminación y tropas de figurantes que producían muchos tiempos muertos hasta que Rita Pavone daba en cámara como es debido o los cosacos del Don no se salían de plano pegando saltos inverosímiles mientras blandían un sable. Me contó por ejemplo, que los gemelos que acompañaban a Manolo Escobar proclamaban con suficiencia que no necesitaban afinar sus guitarras: “estas vienen afinadas de Madrid” decían ellos con rostro espartano.

Me recordó la anécdota a aquellos editoriales de obligado cumplimiento que en los viejos tiempos nos enviaban a los periódicos para tratar de paliar alguna situación no especialmente cómoda para el régimen y que se redactaban en los despachos del ministerio de Información y Turismo. “El editorial ya viene hecho hoy de Madrid” proclamaba entonces el redactor jefe al resto de la tropa cuando en la calle pintaban bastos. Se me viene especialmente a la memoria alguna relacionada con las bondades de la apertura de una notable línea comercial para exportar naranjas de la huerta valenciana a Israel, mientras en la calle las fuerzas de orden público se liaban a mamporros con los manifestantes. Semejantes episodios suenan hoy a batallitas del abuelo Cebolleta asomándose a los tebeos de editorial Bruguera para contarles a sus nietos de viñeta el día que se enfrentó a un regimiento de húsares, pero antiguamente esas cosas pasaban y no solo pasaban sino que no deberían ser olvidadas para saber en qué condiciones y bajo que usos y costumbres sobrevivieron las anteriores generaciones para contribuir decididamente a la construcción de ese mundo mejor que, según todos los indicios, disfrutamos ahora. Por eso y por muchas cosas más, vale la pena que los jóvenes aprendan a entender que lo que ahora disfrutan sin costarles un chavo se ganó con sangre, sudor y lágrimas.

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