Los reportes informativos que nos llegan de París nos dan cuenta de que el primer gran asalto contra posiciones enemigas ha tenido éxito y la policía francesa ha coronado este cerco al barrio de Saint Denis abatiendo a dos terroristas –uno de ellos es al parecer una mujer que se detonó el cinturón de explosivos que llevaba puesto- y abortando un plan complementario de ataque que los terroristas pensaban aplicar en dos puntos clave del territorio capitalino, el barrio de la Défense que es su distrito financiero, y el aeropuerto Charles De Gaulle. El ministerio del Interior da cuenta de que hay ocho detenidos y uno de ellos, las fotos no mienten, fue sorprendido literalmente con el culo al aire.
El cerebro del grupo, el belga Abdelhamid Abaaoud, no estaba entre los detenidos pero finalmente se supo que había muerto en la refriega. Lo dijo antes que nadie un periódico norteamericano apoyado en el testimonio de un alto funcionario de Washington que a su vez recibió esa confirmación de los servicios secretos franceses.
Y en el contexto de esta natural refriega de noticias y argumentos en ocasiones contrapuestos, se sigue escribiendo la historia pequeña de esta tragedia espantosa. Los flecos de una pesadilla escrita con nombres del pueblo, ciudadanos corrientes y de todas las etnias y creencias que convierten París en un mundo en sí. Un doméstico, pequeño y activo mundo de niños, jóvenes y viejos, blancos, negros, amarillos o cobrizos, cristianos, musulmanes, budistas o ateos, homosexuales, heterosexuales, intelectuales o zopencos, que trata de superar dándose calor mutuamente, el rostro amenazante del miedo.
Un único policía ha caído en estos días pero merece la pena recordarlo y rendirle tributo de admiración y afecto. La perra “Diesel”, de siete años, policía de la brigada de artificieros que fue la primera en entrar en la cueva de los asesinos y que murió cumpliendo como una heroína. La perra “Diesel” a quien hoy recuerdo, tenía la misma nacionalidad que el asesino que buscaba. Era un pastor belga.
