Opinión

Amemos el castellano

Según cuentan el Instituto Cervantes cuya advocación le faculta para fiscalizar los avances y retrocesos del idioma castellano al tiempo que le obliga a expandirlo por el ancho mundo en las mejores condiciones posibles, somos muchos más cada día los que hablamos tan noble lengua pero cada vez lo hacemos peor. El castellano lo utilizan hoy como primera lengua 470 millones de personas, y casi un 7% de la población del planeta es capaz de valerse de él con mayor o menor acierto. Pero las condiciones en las que se practica están cada día a un nivel más bajo. No es necesario investigar mucho para asomarse a este alarmante deterioro.

Basta con consultar cada mañana los diferentes soportes informativos, establecer el flujo de conversación al uso mediante las aplicaciones tecnológicas frecuentes, o involucrarse sin más en el diálogo cotidiano para comprobar las razones del Cervantes. Hablamos y escribimos –y yo el primero para que no quepa duda- un español detestable y cada vez más pobre, más raquítico, más soso y más primitivo. Personalmente no tengo otro remedio que asumir la parte de responsabilidad que me compete en tan sombrío desaguisado. Como buen madrileño, nunca he llegado a entender a fondo los misterios del “leísmo”, y confieso a estas alturas de mi vida que me advierto a mí mismo sumamente inseguro y acobardado en cada práctica. Dudo en las salidas como los malos porteros, y procuró sustituir los pasajes en los que se produce indefectiblemente esas dudas por otros que me permitan usar términos menos arriesgados.

El hecho de que el castellano sea la segunda lengua más hablada del planeta tras el chino mandarín nos obliga, sin embargo, a un compromiso del que, por desgracia, seguimos desconectados. No se trata por tanto de utilizar el castellano como un simple vehículo con el que comunicarse sino que su uso mayoritario debería convencernos de la necesidad de aplicarnos generosamente en su custodia. Políticos abogados, literatos, traductores, periodistas, tertulianos, conferenciantes, universitarios, docentes y catedráticos, actores, guionistas, religiosos y en general todo aquel que ha de apelar a la lengua como herramienta de primera necesidad, debe comprometerse a cuidarla y respetarla. Y a sentirse también orgulloso de ella. Que esa es otra…

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