Opinión

Año especial

Entramos este 2023 que nos acaba de llegar en año electoral y eso son palabras mayores para una España que en el ámbito parlamentario le pasa lo que le pasó al gran Ladislao Mazurkiewicz en aquel lance histórico del Mundial de México cuando salió a tapar el balón que le llegaba a Pelé por el costado derecho al borde del área. El brasileño lo quebró con un mágico desplazamiento de su cuerpo y el arquero uruguayo se quedó en pie ante su portería, mirando a todos lados buscando la pelota porque la había perdido de vista por completo. Pelé le atizó de diestra y cruzó un balón que milagrosamente se fue fuera lamiendo el palo.

Este país llamado España que se apresta a acudir este año a las urnas está absolutamente despistado como lo estaba Mazurkiewicz, porque en estos últimos tiempos de la legislatura y desde las altas esferas del poder se ha apostado expresamente por despistarlo. Por hacerle un lío monumental practicando el viejo juego de palo y zanahoria, un acertijo descarado y devastador que ha contribuido de un modo dramático a imponer la teoría del caos. Semejante escenario ha fomentado la pérdida paulatina de confianza de la ciudadanía en unas instituciones que han sido manipuladas y zarandeadas sin piedad y sin pausa y que, a estas alturas de siglo, a duras penas responden al sentido que otorga para ellas nuestro orden constitucional. A un país viejo y democrático como el nuestro le sobran los mecanismos legales para ejercer la defensa de sus principios siempre que sus responsables institucionales se preocupen de utilizarlos con lealtad y respeto. Si tal cosa no ocurre el porvenir es incierto.

Pleitos tengas y los ganes rezaba el viejo adagio gitano cuando temía y temblaba por el compromiso de los jueces a la hora de sentar a uno de los suyos ante un tribunal payo. Un siglo después, los más altos tribunales de Justicia del país luchan por sobrevivir en un ámbito de presión política irrespirable que ha anulado el principio que determina su independencia. Pleitos tengas y los ganes, dice ahora la ciudadanía sorprendida y absorta por el comportamiento de sus juristas.

El ingreso en un año electoral no solo obliga a los políticos a medir y pesar sus comportamientos sino que nos concierne a todos. Ese es nuestro deber.

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