Opinión

Las anotaciones del pueblo

Hace muchos años, el experimentado alcalde de una de las grandes ciudades gallegas me reconoció en el curso de un almuerzo íntimo que el principal problema de los políticos era perder la cabeza. Él mismo me reconoció que era muy fácil caer en este error al finalizar una primera legislatura que normalmente se coronaba  cuajada de triunfos, e insistió en la necesidad de imponerse disciplinadamente un código de actitudes que impidieran la muerte por éxito. Pocos lo conseguían, me ratificó. Qué razón tenía y qué sabios era sus consejos.

Es cierto por tanto que, a medida que van pasando los días, los políticos que disfrutan de poder y reconocimiento se relajan y terminan creyéndose que todo el monte es orégano. Suponen que nadie les va a recriminar nada y se convencen de que nadie va a cuestionar sus decisiones ni va a exigirles sensatez y respeto. Y se equivocan de medio a medio porque aunque ellos no lo creen, la gente comienza a apuntar en la libreta. Hasta hace medio año, la joven primera ministra de Finlandia era un ejemplo de reconocimiento y respeto. Es cierto que ser primer ministro de Finlandia no debe ser tan difícil. Finlandia tiene cinco millones de  habitantes -un millón menos que la Comunidad de Madrid para hacernos una idea- abundantes recursos, una excelente renta per cápita, un arco político sin excesos y un relevante compromiso social. Es un país con pocos problemas por tanto, relativamente fácil de gestionar, sensato, ilustrado y pacifico, con un ligero hándicap entre tantas virtudes porque no todo va a ser bueno. Hace un frío que pela y en él se viven tres meses del año en total oscuridad.

El caso es que a su jefa de Gobierno se le ha subido el cargo a la cabeza y ha caído en el error de suponer que está legitimada para hacer lo que le venga en gana. Primero su retrato en una fiesta abundante en consumo, y luego una cuchipanda organizada por ella  en la residencia oficial tras asistir a un superconcierto han machacado su buena estrella. Ambos desquicios pueden salirle caros porque su credibilidad está por los suelos. El clásico error…

Sánchez no es consciente de que el votante hace tiempo que ha comenzado a anotar sus desparrames. Antes no lo hacía pero ahora sí. Ahora los recuerda y los sopesa como acaba de ocurrir con la reducción del IVA del gas que le pidió con anterioridad en vano Feijoo.  No todo vale ni se disculpa. Y eso hay que saberlo.

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