Opinión

A rastras

Si bien es lógico pensar que esta caricatura de Gobierno va a acabar como pueda y a costa de lo que sea la legislatura, un halo de razón incita a sospechar que a lo mejor no es así o no es así del todo. Un equipo destrozado, empequeñecido y aterrorizado ante la casi certeza de que un paso en falso en su comportamiento puede hacerle caer no puede seguir arrastrándose por Senado y Congreso desentendiéndose de sus responsabilidades, escondiéndose por las esquinas y aprobando sin leerlo todo lo que se les coloca a la firma delante de las fauces porque una situación de semejante magnitud es tan peligrosa como irrecuperable. En estos últimos y demenciales tramos parlamentarios, el Gobierno ha respaldado la ley que lamina la presencia del castellano en la docencia catalana, ha tratado de amparar a Salvador Illa en un reciente berenjenal que no augura nada bueno, ha culpado al CNI y al juez de las escuchas de Pegasus desentendiéndose de sus propias responsabilidades en el asunto, ha vetado un homenaje popular a los policías que cercaron y acabaron con ETA tras otorgarle un visto bueno previo y, sobre todo, ha resuelto utilizar el indulto como arma de defensa personal. Ha indultado desde los líderes sediciosos catalanes hasta la madre que secuestró a su hijo y lo mantuvo oculto dos años sin escolarizar y vacunar para hurtarlo de los derechos de su padre. En el terreno puramente legislativo, acaba de auspiciar y respaldar la ley del “solo sí es sí” que es un prodigio de buenas intenciones pero que desde el punto de vista estrictamente jurídico es injusta y probablemente imposibles de cumplir desde el punto de vista práctico –los hombres habrán de llevarse un notario para que levante acta en los prolegómenos del acto sexual para no acabar en la cárcel-. Hay que recordar ya puestos a hacerlo, que el Supremo ha decidido revisar los indultos concedidos a los líderes independentistas ante la posibilidad no desmedida de que existan defectos de aplicación que invaliden las decisiones que el ejecutivo adoptó en su momento.

Ustedes, estoy seguro, supondrán que mi deseo es que ganen los del otro lado. Pues están equivocados porque no es exactamente así. Yo lo que quiero es que nos gobiernen bien. Que se respeten las instituciones, que se actúe con justicia y equidad, que se tengan en cuenta todas las opiniones, que la verdad no se hipoteque, que no se apele a actuaciones sectarias, que se piense en el mañana y que los gobernantes sean serios, respetables, honestos y generosos. Y nada más. O sea, todo lo contrario que ahora.

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