Opinión

Por la boca mueren los peces

Deseosos de agradar al electorado, los candidatos a las distintas alcaldías de nuestro país prometen en sus discursos programáticos las más peregrinas ideas hasta el punto de que si hubiera uno solo de ellos que hiciera suyas todas las demás el municipio que las sufriera juntas tendría que evacuar a su población para evitar el padecimiento de estas singulares y en muchos casos irracionales propuestas. Imagínese ustedes una ciudad en la que, de buenas a primeras, se acuña moneda propia, los taxis pueden circular por direcciones prohibidas, se utilizan sus estanques para combates navales, no se permite la convivencia de más de dos vecinos por habitación de un inmueble, o se instalan estatuas de cualquier cosa sin el más mínimo concierto y algunas, como la de un dinosaurio ajardinado, permanece unas horas confundida de emplazamiento.

Las campañas permiten echar las campanas al vuelo porque el papel lo soporta todo y ya vendrá luego el tiempo de olvidarse de lo prometido aunque en algunos casos esos olvidos incluso se agradecen, porque se inspiran en el calentón electoral pasajero. Se escuchan, y los vecinos rezan lo que saben con la esperanza de que la bondad divina permita que nunca se lleven a cabo.

Hace unos días escuché al alcalde de Barcelona y candidato a sucederse a sí mismo prometer que convertiría Barcelona en la capital del Estado simplemente porque, de hecho y a su juicio, ya lo era. Trías, en su delirio, imaginaba la Ciudad Condal como la capital universal del conocimiento aunque el método para financiar este hermoso anhelo no se especifique por ningún sitio. El candidato socialista de una pequeña localidad cántabra ha basado toda su propaganda electoral en una fotografía propia posando desnudo ocultando lo suyo tras una rosa roja. El popular que aspira a gobernar Oyón en Álava ha grabado el peor vídeo promocional de la historia. Pero quizá el rizo lo ha rizado Ciudadanos, quien ha tenido que retirar su candidatura en Miranda de Ebro, porque la mayor parte de los nombres que la nutrían estaban allí sin su consentimiento. Ciudadanos, ya se sabe, ha tenido algunos problemas en este aspecto. El cabeza de lista de su candidatura por Vigo desapareció sin dejar rastro y sin decir esta boca es mía y aún le están buscando.

No es un caso único en nuestra historia. Cuando Castelar daba sus últimos pasos como presidente de la I República, aquel al que le tocaba sustituirle huyó como un conejo. Le localizaron en la estación a punto de coger el tren, y le obligaron a tornar al Hemiciclo escoltado y por la fuerza.

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