Opinión

Brasil del paraíso al cero

Hace tan solo seis años, el paraíso terrenal estaba instalado en Brasil. Inmersos en una severa crisis, los españoles y especialmente los más jóvenes, hacían cálculos sobre dónde buscarse la vida y ganarse una prosperidad que en casa se había puesto por las nubes, y a todos se les ocurría Brasil fueran arquitectos, médicos, electricistas o simplemente sujetos sin oficio ni beneficio. Se hablaba de Brasil como la referencia indudable de economía emergente, se le consideraba un sólido ejemplo de país en la pista de despegue, rico en recursos, potente en desarrollo y ampliamente cualificado. Era, a todos los efectos, un territorio llamado a consolidarse entre las potencias financieras líderes del planeta o al menos así nos lo contaron a todos aunque algunos como yo mismo sentían el escozor del desconcierto porque siempre que uno imagina Brasil asoma la duda razonable y no es fácil despreciar la sospecha de desigualdades monstruosas en el que los ricos son ricos hasta la náusea y los pobres lo son más que las ratas.

El caso es que era tanto el poder de convocatoria de una nación que parecía haber pasado del cero al infinito en cuestión de un día para otro, que el gobierno brasileño puso coto a la llegada de emigrantes españoles y exigió lo que no está en los libros para admitir nuevos aterrizajes. Llegar a Brasil y buscarse la vida ya no era tan sencillo y había que cumplir un largo y dificultosos catálogo de requisitos para que a uno le dejaran poner un pie en el edén. Luego vino el Mundial y la duda cada vez más seria…

A estas alturas, Brasil vuelve a comparecer ante la opinión pública mundial con un marcado acento caótico y la sospecha de que está columpiándose en el abismo. Una población azotada por la desigualdad más severa y en manos de una administración fuertemente corrupta. En Brasil, como en la mayor parte de los países latinoamericanos, la corrupción no es como aquí que está muy extendida pero en comparación es una anécdota. Allí corre pareja con un ámbito de recursos ilimitados, dominio de las multinacionales y las industrias petroleras. Uno no se pringa por menos de mil millones.

Dilma Rouseff ha sido apartada del poder por un Parlamento en el que todos son altamente sospechosos incluyéndola a ella. Todo huele a podrido, a debacle, a populismo, a sinvergüenzas y a globo pinchado. A cielo que se desploma, a expectativas maquilladas y falsas promesas.

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