Opinión

Lo bueno, lo malo, lo cerca y lo lejos

En Europa, y por extensión en España, hablamos y discutimos acaloradamente sobre las elecciones presidenciales en los Estados Unidos como si entendiéramos algo de cómo se desempeña un país que nos es, por múltiples razones, completamente ajeno. Somos tan machotes y tan osados que pretendemos discernir sobre un hecho tan complejo y tan distante que nos queda a miles de kilómetros de geografía e idiosincrasia. Un hecho cuya primera complicación consiste en desentrañar el propio sistema electoral del que se sirven los Estados Unidos para elegir a sus representantes políticos y que es tan diametralmente opuesto al que usamos en general los europeos como lo son el reglamento de nuestro fútbol y el de ellos. España elige a sus representantes por sufragio directo y aplica un método para el reparto que, dentro de sus muchas imperfecciones, es razonable y medianamente justo. En los Estados Unidos, el sistema electoral es tan endemoniado de entender para uno de nosotros como la belleza del rodeo y tan complejo como un partido de béisbol. Somos un país equiparable a cualquier otro del continente, ni muy grande ni muy pequeño, pero resulta que el nuestro cabe holgadamente en unos cuantos estados de la Unión. Por ejemplo, en Texas. Entre Vigo y Málaga hay 1.150 kilómetros de distancia. Entre Nueva York y Los Ángeles hay 4.500.

Resulta evidente que, como en muchos otros casos en los que se desatan los estados de opinión en este país nuestro que prefiere discutir de lo ajeno que de lo propio, tocamos de oído, y los que hemos asomado la nariz por aquellas tierras y hemos atisbado las enormes distancias y diferencias que nos separan preferimos callar prudentemente. Lo mejor para tratar de comprender lo que pasa esta madrugada al otro lado del Atlántico como aconsejan los expertos, es olvidarse por completo de cómo funciona la democracia española y fijar en la mente el número 270 que es, al parecer, el techo de votos electorales que otorgan la presidencia.

Y además, y como medida personal de un modesto pero convencido europeo, desear que de las dos muy malas opciones para ocupar la Casa Blanca, gane la menos mala. Es decir, que gane Hillary Clinton.

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