Opinión

Calatrava, riego y demás héroes

Leo en algún periódico que Pedro J. Ramírez se ha encontrado por casualidad y entre los discretos fondos de una librería, una documentación deslumbrante firmada por José María Calatrava que fuera primer ministro de Fernando VII antes de que el monarca más indigno de nuestra Historia consintiera el auxilio de los Cien Mil hijos de San Luis, el ejército expedicionario francés al mando del duque de Angulema que invadió sin derecho alguno el territorio español y, respondiendo al unilateral mandato del pacto de Verona manejado por la corona francesa, cumplió la encomienda de proteger la permanencia en el trono del mendaz soberano, anulando de este modo todas las prerrogativas conquistadas por el pueblo español y sus órganos constitucionales hijos de la Carta Magna aprobada en Cádiz en marzo de 1812.

Calatrava fue sin duda un hombre ilustre y en español cabal, aunque la ferocidad fernandina se cobró víctimas mucho más atroces en procedimientos más crueles y esperpénticos que los que tuvieron como objetivo silenciar a este extremeño inteligente y brillante al que el soberano encerró durante cinco años en un penal de Melilla acusado de conspirar contra su persona hasta que el pronunciamiento del general Riego le liberó de su presidio. El militar asturiano se alzó para exigir al soberano que cumpliera con el mandato de Cádiz, a lo que Fernando hubo de transigir sin remedio hasta que llegaron los Cien Mil Hijos de San Luis y otorgaron al monarca la facultad de silenciar, encarcelar y asesinar a todos los que le llevaran la contraria.

Personalmente creo que más que Calatrava -que lo pasó muy mal- la persona que padeció al rey felón de una manera más brutal y dramática fue precisamente Rafael Riego, el militar liberal cuyo levantamiento propició el utópico Trienio Liberal y al que el felón Fernando colgó del palo más alto de la Plaza de la Cebada donde fue llevado en camisa y a rastras, metido en un serón tirado por un burro. El pueblo que le había adorado, le insultó, le golpeó y le bombardeó de inmundicias durante este último y espeluznante paseo. Calatrava salió huyendo pero volvió. A Riego le descuartizaron y el monarca mando su cabeza al pueblo donde había iniciado su motín. Se llamaba Las Cabezas de San Juan, un chiste postrero inhumano y sangriento.

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