Opinión

Carta de divinidad

Hace falta ser majadero para invertir la noche de Nochevieja en concentrarse en un rincón de Madrid y montar una caravana con un frío que pela, cuyo epílogo es alzar un muñeco con la estampa del presidente Sánchez y tundirlo a palos a la intemperie para retornar a casa sin otra recompensa que el sofoco, las agujetas del ejercicio y los sabañones. Lamentablemente, mamarrachadas de esta estofa no son infrecuentes en el vesánico comportamiento de ciertos sectores de la sociedad española, pero a la hora de elegir, no sé cuál es majadería mayor. Si atizarle de zurriagazos a un muñeco con cara de presidente o hacer de este ridículo un episodio de orgullo épico como ha resuelto obrar el partido al que pertenece este señor y que se ha empeñado de un tiempo a esta parte en convertir a sus más altos dirigentes en divinidades sublimes a las que es necesario resguardar de una posible contaminación con los comunes a base de cinturones impenetrables de seguridad no sea que el roce con los mortales pueda causarles sarpullido. Comenzó esta vocación por lo sublime con Felipe González, aunque la propia personalidad dubitativa y modesta del sujeto consiguió mantener a raya los espasmos turiferarios de la tropa que pretendía elevarlo a los altares. Zapatero no solo no puso cerco a esta peligrosa inclinación que se dibujaba en los segundos espadas y que en casos como el de Leire Pajín alcanzó picos frenéticos, sino que se lo creyó en el colmo de su mal gestionada inocencia y más cuando Obama lo invitó al desayuno cristiano y su peregrino rezo. Lo de Sánchez es ya enfermizo y además endémico y contagioso. Muchos dirigentes socialistas de segundo y tercer nivel se tienen a sí mismos por deidades preciosas y así pasa lo que pasa.

Atizar a un espantajo colgado de una cuerda es una cosa muy fea, pero no estrictamente propio de esta legislatura y de este presidente. Se hizo con Esquilache cuando se le ocurrió doblar en tres los sobreros gachos y cortar las capas a media pierna, y se han quemado fotos del rey y apaleado muñecos con su efigie sin que nadie moviera un dedo. Se han prendido fuego a banderas nacionales, y se han paseado peleles de Rajoy colgados del pescuezo por carnavales. Es una mala práctica –abominable diría yo- pero común y nunca castigada. Sánchez está próximo a Dios pero no le llega. Por cierto, también Dios ha sido víctima de esas prácticas y nadie ha dicho nunca ni pío. Mejor no la liemos.

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