Opinión

Cartas desde Cantabria

Escribo desde Santander, unos días después de que el tsunami electoral se llevara por delante al inefable presidente Revilla, al que las urnas le han propinado una cornada a la altura de la femoral de la que es muy probable que no se recupere no ya por edad, sino especialmente por el desgaste sufrido en sus  cuotas de popularidad y la erosión que su propia reinterpretación de sí mismo han originado en su prestigio político. Miguel Ángel Revilla es una de esas figuras del santoral popular que ha cimentado su carrera en la influencia sobre el electorado, adoptando un rol de campechanía y espontaneidad que ha terminado convirtiéndose en su propio enemigo y mira que se lo habrán dicho.

Cantabria es una comunidad uniprovincial de tamaño no superior a los 6.000 kilómetros cuadrados, con cuya denominación y tratamiento muchos de sus escasos seiscientos mil habitantes no están muy de acuerdo como he tenido ocasión de comprobar. Buena parte de sus pobladores sospechan que les hubiera ido mejor denominándose Santander y siendo parte integrante de la comunidad de Castilla como toda la vida del Señor ha sido, en cuyo organigrama hizo el honorable y jugoso papel de salida al mar desde la meseta y por tanto, puerto comercial de una gran franja de territorio nacional con lo que eso representaba. Los adversos a Revilla –que abundan como ocurre a este tipo de personajes  excesivos capaces de generar odios y amores a partes iguales- atribuyen la invención de Cantabria al propio Revilla y unos cuantos amiguetes que crearon el partido regionalista y apostaron por desgajarse del territorio castellano, lo que generó soledad y aislamiento hasta hace muy pocos años. A Revilla le ha ido pasando factura inexorable ese regusto populista a anchoa en lata y a sobao pasiego del que tantas veces hizo bandera, y lo que en su momento hizo gracia y se tornó viral -como la meada compartida con el Rey- ha ido perdiendo significado y se ha convertido en penitencia. Todas sus exitosas  campechanías son ahora meteduras de pata, en una tierra en la que se imponen las individualidades más que los colectivos y que ha dado al mundo personajes muy populares incluyendo Revilla: el discutido Tezanos en el puro alambre, políticos como Rubalcaba, periodistas como Fernando Jáuregui, actrices como Miriam Díaz Aroca, y decenas de buenos futbolistas desde Gento a Santilla, pasando por Arteche, Canales, Pachín, Helguera, Munitis, Amavisca, Aguilar o Marcos Alonso. Revilla  el individual incombustible ha muerto de sí mismo y no se ha enterado.

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