Opinión

Los ciclos vertiginosos

Los tiempos se han acortado tanto que uno pasa de la playa al turrón prácticamente sin darse cuenta. Se trata de una situación que no es ni buena ni mala en sí, pero que es el resultado de dos factores que parecen definir de un modo indiscutible y contundente el escenario en el que estamos viviendo. Los cambios climáticos que se están operando han borrado prácticamente las estaciones intermedias de modo que apenas existen los otoños y las primaveras, y las potentes exigencias que necesitan para expandirse los parámetros financieros y económicos exigen que no se produzcan vacíos en los flujos de negocio. Por lo tanto, las campañas de promoción se aproximan unas a otras y las ofertas se suceden con una antelación que antes resultaba absolutamente inimaginable.

Hoy, los estímulos para comenzar a consumir productos navideños aparecen en todos los medios capaces de propagarlos apenas agotado el periodo veraniego. Por lo tanto, el consumidor ni siquiera tiene tiempo de apretar la clavija que muda la tendencia en su propio cerebro. Al fin y al cabo, para los productores apenas hay diferencia entre vender bikinis y vender bufandas, y el caso es que el flujo no pare aunque los ciudadanos normales y corrientes se encuentren con los primeros mensajes que apelan al muérdago y a la sonrisa de Santa Claus en la primera quincena del mes de octubre con el tiempo justo para guardar en el armario los artículos de baño. Los ciudadanos a los que me refiero pasan unas jornadas desorientados sin saber qué ponerse ni a qué carta quedarse. Pero se les pasa rápido.

A medida que uno cumple años se le encogen los ciclos y esa es una máxima que se trasmite de padres a hijos sin que los hijos se percaten de su verdadera dimensión hasta que no les llega el turno de trasmitirlo a su vez. Recuerdo que cuando era niño se me hacía un mundo ese tramo del año que trascurre entre el final del verano y el principio de la Navidad aunque ahora se desempeñe exactamente como una ráfaga de viento que llega, mueve los árboles de la calle y se marcha.

Por lo tanto, sin darnos apenas cuenta ya tenemos encima las Navidades y en un momento le diremos adiós al año viejo y saludaremos el nuevo sin siquiera adquirir conciencia plena de lo que significa haber consumido 365 días y sin saber dónde han ido a parar tantas jornadas. El caso es vivirlas felizmente para seguir contándolo.

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