Opinión

Compartir o no compartir

La presencia ayer de Alberto Núñez Feijóo en la tribuna del Congreso defendiendo su candidatura a la presidencia del Gobierno hay que considerarla como un episodio necesario en el juego democrático aunque responda a un imposible. Como ganador de las pasadas elecciones y cabeza de lista del partido más votado, recibió primero la encomienda del rey para proponerse como presidente, y no lo logrará porque le faltan cuatro escaños para ello. Todos lo sabemos y todos damos por perdido el intento aunque es cierto que el hilo argumental del dirigente popular en el estrado ha estado irreprochablemente construido y suena a verdad de la buena aunque suene también a reconocimiento de la imposibilidad de obtener la presidencia. Y lo que es más importante, a la negativa del político gallego a obtenerla por medios que traicionen sus principios y la rectitud  de su conciencia. La derrota es cosa sabida y él también sabe que así será indefectiblemente, porque no se va a producir un cambio de escaños a última hora en un escenario en el que los papeles están sobradamente repartidos.

Feijoo ha puesto el acento en un concepto sobre el que conviene reflexionar: “Señores del PNV y Junts, –dijo el aspirante desde el atril- a mí no me han votado para entregarles la autodeterminación y la amnistía” y tiene razón al proclamarlo. Los votantes de Feijoo, ocho millones y pico que equivalen a 137 escaños y un 33 % de los sufragios válidos emitidos, no han depositado su voto en la urna para que el candidato que prefirieron para gobernar el país amnistiara a los dirigentes catalanes en prisión, pactara con su cabecilla en el exilio voluntario que es prófugo de la Justicia, y promoviera o facilitara un proceso de autodeterminación mediante el permiso de un referéndum contrario al orden constitucional. El PNV y Junts están paradójicamente mucho más a la derecha que el dirigente popular, a quien sus electores no perdonarían y con razón, semejante comportamiento. Por tanto, todo en su justo término.

Lo que convendría plantearse ahora es cuántos de los votantes de Sánchez -aproximadamente un millón menos que los del PP y 121 escaños en el Congreso- lo han votado para propiciar todo esto. A juzgar por las respuestas de muchos socialistas de prestigio, ciertos sectores de la izquierda están muy lejos de compartir con él aquellas concesiones que lo van a hacer presidente. Otro enigma no menor. ¿Lo será por cuánto tiempo?

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