Opinión

El Congreso mediático

Pablo Iglesias ha basado gran parte de su impactante carrera política reciente en el hábil tratamiento del fenómeno mediático pero corre serio peligro de que ese acertado y audaz sistema que le ha ofrecido por el momento buenos resultados, acabe volviéndose contra él y sepultándole cuando el público comience a sospechar que todo lo que hay detrás de una apabullante puesta en escena es la nada. Iglesias ha desembarcado en el Congreso suponiendo que es un plató de televisión, y todo lo que ha puesto sobre la mesa en esta doble sesión de investidura ha sido tramoya. Desde el beso en los labios escenificado como un posado de revista, hasta la propia intervención y su sorprendente y continuado bombardeo sobre Pedro Sánchez con referencias indeseables a personajes anteriores como la de la cal viva dirigida a Felipe González.

Pablo Iglesias ha pulverizado a conciencia con este comportamiento la posibilidad de un entendimiento con el PSOE, derivando el debate hacia un violento encuentro con quien podía necesitarle como socio y dejando en paz a un Mariano Rajoy que, sospecho, sorprendido por el cariz que tomaban los acontecimientos, se regodeó en su sarcasmo de aldeano gallego que está de vuelta de todo y parecía como si se levantara de vez en cuando de su cómoda silla en el casino de Pontevedra para darle un par de collejas al candidato del Rey y volver a su mesa para seguir fumando el puro y paladeando una copa de whisky de cincuenta años. Incluso ahora que ha sido declarado persona non grata en su ciudad gracias a la entusiasta colaboración del PSOE local que también tiene tela y de la buena la cosa.

No creo que Pablo Iglesias pueda seguir viviendo permanentemente de su habilidad mediática y de su verborrea de adjunto de cátedra entre otras cosas porque no se lo va a permitir un electorado que cada día exige más a sus políticos y que no puede ser deslumbrado con cuentas de colores y conchitas de la playa. El discurso de Iglesias parece copia del sistema que puso en marcha Jordi Évole cuando se asomaba a la popularidad haciendo de “follonero” con Buenafuente y la liaba desde las bancadas del público asistente. Évole se ha ennoblecido de día en día y se ha convertido en un gratificante ejemplo profesional, pero Iglesias no parece deseoso de hacer lo mismo. Él sabrá.

Te puede interesar