Opinión

Control de las disidencias


La concepción del  fenómeno político actual no es en modo alguno equiparable al vigente por ejemplo a principios del presente siglo. Hace veintipico años, cuando nos hacíamos cruces ante la inminencia de mudar de milenio, las cosas eran de otra manera porque las reglas vigentes eran otras y se jugaba a la política con otra baraja. Hoy, el miedo persiste, los argumentos para estar angustiado son otros aunque sean igualmente potentes y directos. Y si para entonces los atentados del 11-M le dieron la vuelta a nuestra realidad y la pusieron del revés como un calcetín, hoy seguimos acojonados con la amenaza latente que representa Vladimir Putin  y el desolador panorama establecido por la guerra de Ucrania. Sin embargo, la respuesta  social es distinta y el comportamiento general de administradores y administrados  también lo es. En mi opinión, el escenario general en el que se representa la comedia humana es mucho más alarmante.

Personalmente  interpreto que mi preocupación ante mi propia visión del estado del mundo la generan no solo las grandes alarmas que provienen de los grandes hechos sino la cita de pequeñas preocupaciones  instaladas en lo diario. Si tengo que afinar diría que me tiene del nervio la percepción de que la clase política y especialmente la dirigente, ha resuelto negarse a aceptar la disidencia, y está instalada en la generación de un nuevo despotismo ilustrado que también proclama el todo por el pueblo pero sin el pueblo aplicando el teorema con más rigor e incluso menos márgenes de flexibilidad que en el siglo XVIII cuando estaba de moda. La disidencia se interpreta hoy como un síntoma de debilidad y los disidentes –incluso los que se proclaman con la mejor voluntad- se tienen por traidores, conspiradores o enemigos sin más. Hace unos días, un tipo tan sensato y reflexivo como Emiliano García Page, osó hacer pública su legítima  crítica al sistema de pactos y mayorías fomentado y establecido por el presidente Sánchez y se produjo un corrimiento de tierras que algunos sectores del partido quisieron acallar expulsándolo del PSOE. Salvo que me equivoque, el entramado político de hoy es considerablemente más intolerante que el de los días anteriores a la caída de las Torres Gemelas, y sus resortes de defensa ante la crítica son también mucho más rigurosos. Abrir el pico o llevar la contraria  se paga muy caro, y la manía por el control es alarmante. La heterodoxia se paga cara.

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